jueves, 31 de diciembre de 2015

Nightcrawler, (Dan Gilroy, 2014)

Criaturas de la noche
“Nightcrawler” me parece una de las mejores y más interesantes películas que nos ha traído 2015.
Se trata del primer largometraje de su director, Dan Gilroy, un californiano de 56 años, casado con Rene Russo desde 1992. Gilroy había hecho algunos trabajos de guionista pero nunca había dirigido. En “Nightcrawler”, además, ha escrito el estupendo guion original que fue nominado al Oscar en el apartado de “Mejor guion original” y que acabaría ganando “Birdman”.
La película tiene dos lecturas; por un lado es una crítica durísima sobre la ética, o la falta de ella, de los medios de comunicación y por extensión sobre la ética, o la falta de ella, de nuestra sociedad que elabora productos deleznables desde un punto de vista moral pero que, desgraciadamente, son los más demandados por la población, los que suben los índices de audiencia en las televisiones.
La segunda lectura de la película se puede hacer tomando como referencia a su protagonista, Louis Bloom (Jake Gyllenhaal), un psicópata que encuentra en el mundo de los cazadores de sucesos y la venta de imágenes a la televisión un territorio ideal para desarrollar sus aptitudes. A lo largo de la película no se produce ninguna evolución del personaje pero el interés se mantiene en función de una pregunta: ¿Hasta dónde será capaz de llegar?
La película se sustenta en tres pilares:
-          El trabajo de Jake Gyllenhaal
-          El guion de Dan Gilroy
-          La fotografía de Robert Elswit
Louis Bloom es el protagonista absoluto de la película al que Gilroy rodea de personajes secundarios, hasta cierto punto, arquetípicos en el mundo del periodismo, y sobre todo de las cadenas de televisión estadounidenses donde la guerra por los índices de audiencia es despiadada. La interpretación de Jake Gyllenhaal es, posiblemente, la mejor que ha hecho hasta el momento (y las tiene muy buenas). No se limita únicamente a las expresiones del rostro sino que desarrolla un conjunto complejo de gestos y movimientos que dotan a su personaje de características tangibles que aportan verosimilitud al personaje. El actor camina, habla, gesticula, mira, grita o sonríe y es, inequívocamente, Louis Bloom por la gracia del cambio físico que experimenta Jake Gyllenhaal para insuflar de vida a su personaje. Me parece una injusticia que no fuera nominado al Óscar, un hecho más sangrante todavía teniendo en cuenta que Bradley Cooper sí estuvo nominado por “El francotirador”.
“Nigthcrawler” se construye sobre un excelente guion plagado de diálogos originales y potentes. Hasta tal punto son buenos que Jake Gyllenhaal ha confesado que los dijo palabra por palabra teniendo cuidado de no cambiar ni una coma. En muchas ocasiones, el protagonista recita párrafos extraídos de los cursos de gestión, de formación de emprendedores, de trabajo en equipo o de superación personal que las organizaciones lanzan sobre sus empleados con un empeño digno de mejor causa.
Rodada en su integridad en la ciudad de Los Ángeles y en su mayor parte de noche, la película se beneficia de un formidable trabajo de fotografía que firma Robert Elswit, el fotógrafo favorito de Paul Thomas Anderson que, con su cámara digital Arri Alexa, consigue captar a la perfección las luces de la noche y aporta, a la película, una rara cualidad estética que sirve de soporte a los abominables sucesos que acontecen en las entrañas de una ciudad sin alma y sin posibilidad de redención, poblada por miserables criaturas e infortunados personajes. En este sentido, hay que mencionar el final del film, a la vez sorprendente y desolador.
“Nightcrawler” es un crudo retrato sobre nosotros mismos que invita a reflexionar sobre la degradación de la sociedad y nuestra connivencia con ciertas prácticas, desprovistas de cualquier tipo de ética, que son las que colocan en los primeros lugares de los índices de audiencia a determinados formatos televisivos. Deberíamos ser conscientes de la responsabilidad que tenemos como consumidores de estos productos.

La famosa sentencia de Godard: “Todo travelling es una cuestión moral” estaba aludiendo a la responsabilidad del cineasta a la hora de decidir qué debía o no debía mostrar y cómo debía mostrarlo. Gilroy nos muestra las acciones de sus personajes sin emitir ningún juicio sobre ellos ni recrearse en lo abyecto de sus motivaciones, parece decirnos: “Estos son los hechos y suyas las conclusiones”.

sábado, 19 de diciembre de 2015

It Follows, (David Robert Mitchell, 2014)

«Tan buena…, que molesta que no sea genial»
Diciembre es el mes de las listas. Aunque soy de los que piensan que es muy injusto establecer un ranking en el mundo del arte o decidir si esta película es mejor o peor que otra, debo reconocer que… ¡me encantan las listas!
Así pues, he echado un vistazo a los estrenos del último año para elegir una película que reseñar de entre todas las que he visto.
Al final no he elegido “la mejor”, he elegido “la más interesante”.
"It Follows" es el segundo largometraje de su director David Robert Mitchell que también es el autor del guion. Es una película de terror.
El terror es el género cinematográfico en el que la puesta en escena y la música tienen más incidencia en el resultado final. El encuadre, los movimientos de cámara y los objetivos que se usan, el uso de la Steadycam, (te añoramos Kubrick), los puntos de vista, los ángulos y la duración de los planos, tienen una relevancia muy superior a la que tienen en cualquier otro género. Y lo mismo ocurre con la música.
Más allá de algunas interpretaciones que se han hecho de esta película; algunas acertadas, (aquellas que entienden la película como una metáfora de la transición de la adolescencia a la edad adulta), y otras disparatadas, (aquellas que dicen que es una diatriba conservadora sobre la práctica del sexo de forma “precoz” o incluso aquellas que la interpretan como una metáfora, una más, del SIDA), más allá, digo, de interpretaciones simbólicas lo que me parece más interesante es cómo está rodada y de qué forma influye la forma de rodar sobre el espectador.
La película tiene uno de los arranques más impactantes, efectivos y mejor rodados que se han visto en mucho tiempo.
Se trata de un plano general de larga duración, rodado a la altura de los ojos, que hace una panorámica de 360º sobre una urbanización típica americana donde vemos a una joven correr de un lado para otro vestida con ropa interior y zapatos de tacón.
La cámara sigue a la chica pero también hace una panorámica alrededor para que veamos lo que hay o lo que no hay…, o lo que no vemos nosotros.
Es una secuencia magistral que, además de situarnos en el escenario geográfico de la película, consigue transmitir al espectador una sensación de amenaza que se mantendrá durante todo el metraje. Este mismo movimiento de cámara se repetirá en varias ocasiones y el espectador, cada vez que comienza el movimiento de la cámara, evocará la misma sensación de amenaza que sintió la primera vez.
Hay tres aspectos más que me gustaría comentar. Por una parte el uso del punto de vista. En ocasiones “vemos” las acciones a través de la mirada de la protagonista y en otras ocasiones no. Este hecho permite al director jugar con lo que se ve y lo que no se ve, en definitiva lo que está y lo que no está, lo presente y lo ausente…, y establecer un clima de paranoia que afecta en diferente grado a los protagonistas y también al espectador que, a veces, no sabe si ha visto lo que parece que ha visto o no, o si lo que ha visto es real o no.
Por otra parte es de destacar el uso que se hace de la profundidad de campo, un uso absolutamente funcional. La amenaza, en ocasiones, la intuimos en un segundo plano y avanza hacia nosotros sin salirse de foco en ningún momento. Esta capacidad de centrar la atención del espectador mediante el foco y la profundidad de campo no es habitual en el cine de terror moderno.
Por último me gustaría llamar la atención sobre una de las mejores elipsis que he visto desde hace tiempo. Se trata de la escena en que la protagonista se quita la ropa, en la playa, para nadar hacia una barca en la que hay varios jóvenes.
Es necesario destacar la interpretación de Maika Monroe en su papel de Jay, que sabe dotar al personaje de esa sensación de impotencia y desesperación, de vulnerabilidad, de estar condenada a un destino inevitable, sin recurrir a los gritos e histrionismos a que nos tienen acostumbrados las heroínas adolescentes de las películas de terror.
Tomás Fernández Valentí se refiere a la protagonista como “la heroína descalza. Es cierto, este excelente crítico repara en este detalle; la protagonista huye, casi siempre, descalza lo que refuerza, en el espectador, el sentimiento de desvalimiento de Jay y facilita la empatía que sentimos hacia ella.
La música está compuesta por Disasterpeace, casi exclusivamente con sintetizadores, y es un ejemplo de cómo la música puede ser una parte muy importante de una película de terror sin limitarse a producir sustos.
Desgraciadamente la película tiene algunas inconsistencias de guion que aunque no son graves, impiden que la cinta sea una obra maestra absoluta.

            Quentin Tarantino ha dicho: 
«Tenía uno de los mejores argumentos que he visto en una película de terror desde hacía muchísimo tiempo. Es uno de esos filmes que es tan bueno, que molesta que no sea genial».

miércoles, 2 de diciembre de 2015

El espíritu de la colmena, (Víctor Erice, 1973)

Esto no es una crítica
En la mayor parte de la crítica cinematográfica encontramos más información sobre el autor de la misma, y muchas veces sobre el tamaño de su ego, que sobre la película que se analiza.
No estoy en contra de este tipo de enfoque, (que es más opinión que análisis), pero tenemos que ser conscientes de que, por este camino, volvemos al siglo XIX, cuando la valoración de las obras de arte se hacía en función del “gusto” del crítico y por tanto se daba por sentado que los críticos eran personas con un gusto más desarrollado, exquisito, o que el público no tenía un gusto propio y había que “guiarlo” para que fuera capaz de apreciar los complejos cánones que regían la valoración de las obras de arte.
Por mi parte siempre intento incluir en mis escritos más elementos de análisis que de opinión pero, hoy es distinto ya que…, “esto no es una crítica”.
Todas las semanas procuro revisar alguna de las grandes películas que nos ha dado el cine y cada cierto tiempo vuelvo a aquellas que considero que son la medida de todas. Aquellas que me sirven para calibrar el sentido cinematográfico, si es que algo así existe, películas-diapasón que son puro cine y por tanto todas las demás se miden teniéndolas como referencia.
Hago esto para no perder la perspectiva con respecto a las películas que se van estrenando de tal manera que películas mediocres me acaban pareciendo excelentes, seguramente, debido a que las 20 anteriores que he visto eran muy malas.
Una de las películas a las que recurro más a menudo es “El espíritu de la colmena” (1973). Dirigida por Víctor Erice, coescrita con Ángel Fernández Santos, con la maravillosa fotografía de Luis Cuadrado y protagonizada de forma mágica por Ana Torrent cuando tenía siete años.
Víctor Erice ha dirigido, en cuarenta y dos años, algún “sketch” una película y media (la media película es “El sur”), y un documental (“El sol del membrillo”). Todas ellas, obras maestras. Víctor Erice es la perfecta definición de un genio.
Sobre “El espíritu de la colmena” se ha escrito y dicho todo lo que hay que decir. Se han hecho estudios universitarios, desmenuzado cada escena y cada plano, se han escrito libros, se han desarrollado teorías sobre su simbolismo o sobre su meta-texto. Se ha analizado desde el punto de vista de la filosofía, la sociología, la política, la semiótica, las bellas artes y, desde luego, la teoría cinematográfica.
No voy a intentar aportar algo nuevo. Por una vez, permítame el lector que, simplemente, exprese mi sentimiento de admiración por una película que supuso para mí un antes y un después en mi manera de ver el cine.
«… Dice Víctor Erice que el mejor cine que ha filmado está encerrado en unos pocos segundos, los de una toma, luego dividida en dos planos por el montaje. Es aquella que atrapa en vivo la reacción espontánea de la niña Ana Torrent cuando contempló por primera vez la escena del “Frankenstein”·de James Whale que desencadena la fábula del filme. Es un primer plano no previsto en la escritura del guion ni más tarde provocado o sugerido por la preparación de la filmación. […] La cámara se topó de bruces con algo que no esperaba, una de las más puras erupciones del milagro del asombro de que hay noticia, la que expulsó, con la elocuencia de sus ojos enormes absortos y boquiabiertos, de su turbación ante lo que veía en la pantalla la niña Ana. […]Luis Cuadrado disparó la cámara y atrapó al vuelo uno de los más hermosos instantes del cine, hecho con un brote de realidad robada a la vida.» (Ángel Fernández Santos; El País, Agosto de 1983).
Hay más verdad y más cine en ese plano de Ana que en todas las películas que he visto antes y después.
Hay películas que le dan la razón a Baudelaire y su opinión sobre la crítica: “Para ser justa, es decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política; esto es: debe adoptar un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista exclusivo que abra al máximo los horizontes” (Charles Baudelaire, Salones de 1846).

Soy consciente de la contradicción entre lo que dije al principio y lo que pensaba Baudelaire pero claro…, “esto no es una crítica”…, es una declaración de amor.

lunes, 2 de noviembre de 2015

The Assassin, (Hou Hsiao-Hsien, 2015)

El crisantemo y la espada
“The assassin”, la última realización del director taiwanés Hou Hsiao-Hsien, obtuvo el premio a la mejor dirección en el Festival de Cannes de este año y es, en mi opinión, una obra maestra diga lo que diga Carlos Boyero en El País o escriba lo que escriba Oti Rodríguez Marchante en ABC.
La película comienza con un prólogo en blanco y negro, en formato de pantalla casi cuadrada, en el que se presenta al personaje protagonista para convertirse, a los pocos minutos, en una explosión de color, en formato panorámico.
Ambientada en China, en el siglo IX, narra la historia de Nie Yinniang que en su niñez fue entregada al cuidado de una monja perteneciente a una Orden cuya misión es adiestrar asesinas. Convertida en una experta en artes marciales, y dotada de extraordinarias habilidades para el asesinato, se le ordena que regrese a su antiguo hogar para matar a su primo, gobernador disidente de Weibo, una de las provincias de China.
Hay un tipo de cine asiático que hunde sus raíces en la cultura tradicional y que es muy difícil de valorar o disfrutar si nos atenemos a los cánones occidentales por los que, habitualmente, juzgamos el cine que vemos.
Esta disquisición es muy oportuna para aproximarnos al cine de Hou Hsiao-Hsien, un cine que arrastra la tradición de la ópera china, de su poesía tradicional y, sobre todo, de su pintura. 
Lo que se ha dado en llamar el “modo de representación”, es decir los códigos que utilizamos para representar una historia, es diferente en el caso de este director que utiliza un “modo de representación oriental”.
El director taiwanés tiene como referente principal el cine de Yasujiro Ozu. En alguna ocasión ha dicho que admira su rigor formal y el trasfondo filosófico de su obra.
Al igual que Ozu, Hou considera que los escenarios constituyen un elemento digno de contemplación y se integran con los personajes que entran y salen de ellos, «… lo que busco no es tanto que los espectadores comprendan ‘lo que ocurre’, como comunicar una atmósfera». Así pues, es coherente que para asegurarse de que espacio y personaje estén perfectamente integrados, las escenas se rueden en tomas largas y encuadres amplios, sin utilizar el plano/contraplano y con la ausencia casi total de primeros planos, es decir el tipo de puesta en escena que utilizaba Ozu.
La diferencia es que en Hou el plano no es fijo como lo era en Ozu, la cámara se desplaza como flotando por el escenario, corrigiendo y re-encuadrando, capturando a los personajes pero manteniéndose a distancia, de una manera serena y reflexiva, contemplativa, no intrusiva, una mirada que observa pero no juzga.
Hou mantiene el plano hasta el límite de lo soportable. Su duración supera ampliamente a todo lo rodado en Occidente e incluso supera a los de Kenji Mizoguchi (1898-1956), extraordinario director japonés uno de cuyos rasgos distintivos era la duración de los planos.
Además de los aspectos comentados hay otras soluciones de puesta en escena, habituales en el cine de Hou Hsiao-Hsien, que configuran la identidad cinematográfica de este director: las elipsis, el fuera de campo, los planos vacíos que puntúan el film, los pillow shot, los planos entre cortinas y velos que distorsionan la luz de las velas, las transiciones sonoras con fundidos a negro, etc.
Hou encuadra al milímetro lo que quiere que aparezca en pantalla y lo ilumina y fotografía de tal manera que el espectador asiste maravillado a una sucesión de planos que son, por sí mismos, auténticas obras de arte.
Las imágenes se acompañan con una magnífica banda sonora que incluye no sólo música tradicional sino también sonidos que enriquecen la narración: el rumor del viento entre las hojas, el canto de los pájaros, o el sonido seco de los golpes, de los cuchillos o de las espadas en una cinta en la que, por cierto, no vemos una gota de sangre a pesar de que ocurren unas cuantas muertes.

Para terminar, hay que hacer mención a la poderosa presencia de la actriz protagonista Shu Qi que recuerda a esos personajes, revestidos de aliento épico, de los westerns del maestro John Ford con el que el cine de Hou Hsiao-Hsien tiene mucho en común, de hecho el último plano de la película, sobre el que se sobre-impresionan los créditos finales, es un plano característico del western que bien podría haber firmado John Ford.

martes, 6 de octubre de 2015

Byzantium, (Neil Jordan, 2012)

Contar historias que no se pueden contar
Con “Byzantium” (2012) Neil Jordan vuelve al tema del vampirismo dieciocho años después de dirigir “Entrevista con el vampiro” (1994). El film adapta una obra de teatro titulada “A vampire story” cuya autora, Moira Buffini, ha escrito, también, el guion para la película.
Director irlandés nacido en 1950, Jordan, es un caso atípico dentro del panorama actual del cine. Realizador irregular y que ha incurrido en algunas equivocaciones, a pesar de todo, es uno de los talentos más interesantes y personales del cine que ha conseguido mantenerse fiel a sí mismo, a pesar de la presión de la industria y de la crítica, y nos ha dado algunas películas magníficas como: “En compañía de lobos” (1984), “Mona Lisa” (1986), “Amor a una extraña” (1991), “Juego de lágrimas” (1992), “Entrevista con el vampiro” (1994), “Michael Collins” (1996), “El buen ladrón” (2002) y “La extraña que hay en ti” (2007).

Neil Jordan, cuyo talento está a la altura de otros directores de su generación como David Lynch o David Cronenberg, ha sido injustamente olvidado o menospreciado por crítica y público.
He leído, hace poco, un artículo de Tomás Fernández Valenti que hablaba sobre “Los otros” y que decía (a mi entender con gran perspicacia) que Amenábar hacía buenos productos pero no buenas películas. Es posible que a Neil Jordan le pase lo contrario y de ahí el ostracismo al que se ve sometido.
El cine de Neil Jordan se mueve entre el naturalismo y lo fantástico en una suerte de “realismo mágico” que parece de otro tiempo y otro lugar. Lo mismo que les sucede a las dos protagonistas de Byzantium.
Byzantium cuenta la historia de Eleanor y Clara, (Saoirse Ronan y Gemma Arterton), dos vampiresas de 200 años de existencia. La narración transcurre en la época actual e intercala algunos flashbacks que se desarrollan a principios del siglo XIX.
Desde la primera secuencia se crea la atmósfera y el tono de toda la película: partiendo de la pantalla en negro la imagen se va iluminando conforme la cámara avanza por un pasillo hasta entrar en una habitación en la que Eleanor escribe un diario mientras su voz en off nos sumerge en una historia de amor, sangre e inmortalidad: “Mi historia no puede ser contada. La escribo una y otra vez donde quiera que encontremos refugio, escribo sobre lo que no puedo hablar, la verdad. Escribo todo lo que sé de ella y luego lanzó las páginas al viento. Tal vez los pájaros puedan leerla”.
La película terminará con un fundido a negro y la voz en off de Eleanor: “Soy Eleanor Webb, lanzo mi historia al viento y nunca volveré a contarla. Empieza otra”. Se cierra, así, de manera circular y bellísima una película inolvidable.
La exquisita puesta en escena es utilizada para ayudar a contar la historia en lugar de usarla para construir un producto comercial que consiga el favor del público por la vía de la sorpresa o la espectacularidad.
Como ejemplo basta observar cómo filma la relación entre Eleanor y Frank (Caleb Landry Jones).
Al principio, cuando se están conociendo, los filma en plano / contraplano y cuando aparecen los dos en el mismo plano uno aparece en foco y el otro desenfocado o uno sentado y el otro de pie. En la escena que supondrá un cambio en la relación de los dos, la cámara hace un elegante travelling circular con los dos protagonistas sentados, uno enfrente del otro, la cámara los envuelve, los acaricia, (decía Godard que un travelling es siempre una cuestión moral). A partir de ese momento, el plano / contraplano se utiliza en momentos de conflicto y, en cambio, en los momentos románticos se encuadra a los dos muy juntos, en el mismo plano.
Esta película tiene los mejores y más elegantes travellings que se hayan visto en el cine desde hace mucho tiempo. Jordan filma con la misma elegancia, los asesinatos, las persecuciones, las peleas o las escenas de amor.
Hoy parece ser el día de Godard ya que me viene a la cabeza otra de sus sentencias. Decía el maestro francés: “… el único problema del cine reside en saber por qué y cuándo empezar un plano, y en por qué y cuándo cortarlo”. Algunos directores no lo aprenden en toda su carrera, Neil Jordan lo sabe desde su primera película.

Hay muchas razones por las que Byzantium merece la pena, además de lo dicho sobre su puesta en escena, podemos enumerar algunas: el novedoso tratamiento del tema del vampirismo; las aportaciones a la iconografía vampírica como por ejemplo el ritual de transformación, de una potencia visual rara vez vista; el análisis social, incluido el papel de la mujer en la sociedad; el tratamiento de la violencia; la delicadeza y sensibilidad con se filman las muertes a manos de Eleanor, sobre todo la que intuimos a través de un cristal que difumina y distorsiona la imagen; los hermosísimos flashbacks que se introducen con elegancia y continuidad en la narración; la excelente banda sonora de Javier Navarrete que incluye piezas clásicas maravillosas o la bellísima canción de Etta James que acompaña al extraordinario travelling del asesinato del proxeneta en la playa; la magnífica fotografía de Sean Bobbitt con el rojo como leivmotiv, (la capucha de Eleanor que recuerda a la Caperucita de “En compañía de lobos”, la sangre de Frank, la cascada…); y, sobre todo y ante todo, el placer de asistir durante dos horas al desarrollo de una excelente historia contada por un maestro en contar historias, Neil Jordan, poesía en un mar de prosa, “que la paz sea contigo, que la luz brille sobre ti”

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Mandarinas, (Zaza Urushadze, 2013)

Con “Mandarinas”, (Zaza Urushadze, 2013), Estonia consiguió su primera nominación al Oscar en el apartado de “Película de habla no inglesa”. También estuvo nominada, en el mismo apartado, a los Globos de Oro. El Oscar se lo llevó “Ida” y el Globo de Oro “Leviatán”.
Ivo es un anciano estonio que emigró a Georgia y se estableció en la provincia de Abjasia. Es carpintero y vive en una casa situada en medio de un bosque. Como vecinos tiene a otros compatriotas emigrados como él. En 1992 la provincia de Abjasia se declara independiente y estalla la guerra con Georgia. Los emigrantes estonios, deciden regresar a su país de origen.
Uno de los vecinos de Ivo, Margus se queda ya que quiere recoger la cosecha de mandarinas antes de partir hacia Estonia. Ivo se queda para ayudarle, aunque sus verdaderos motivos no los sabremos hasta el final. En este contexto, se produce un enfrentamiento, en las cercanías de su casa, en el que mueren varios soldados y sólo sobreviven; un mercenario checheno musulmán que lucha con los independentistas abjasos y un georgiano cristiano que lucha con Georgia. Ivo acoge a ambos en su casa mientras se recuperan de sus heridas.
“Mandarinas” es una especie de sinécdoque cinematográfica de la guerra, de cualquier guerra, una síntesis representada con dos casas, un cobertizo-carpintería, un bosque, las mandarinas y cuatro personajes.
Con estos elementos, Zaza Urushadze, realiza un emotivo alegato anti-belicista enfrentando a sus personajes, y con ellos al espectador, a la verdadera naturaleza de la guerra: el absurdo.
La película recupera el placer de contar una historia como la hubiera contado Hemingway, con hechos y diálogos nítidos, omitiendo todo lo superfluo, como en una crónica periodística, de forma sencilla y lineal, algo cada vez más raro en el cine moderno, más preocupado por ser original o sorprender que por contar lo que se quiere contar de la mejor manera posible.
La cinta destila verosimilitud; la casa, las habitaciones, cómo están amuebladas, el fuego…, todo es verdad nada parece decorado. Este realismo se refuerza porque se toma su tiempo para que veamos los gestos y las acciones cotidianas de sus protagonistas; Ivo sacudiéndose el serrín antes de entrar en la casa, lavándose las manos, cocinando o preparando el té, cortando leña, serrando la madera. Vemos el vaho al respirar, cómo enciende un cigarrillo, como sorbe la sopa o engulle el pan y el queso, y en fin…, cada acción y cada gesto es un fragmento de autenticidad, de tal manera que creemos que Ivo es un carpintero estonio emigrado, Ahmed un mercenario checheno, Niko un miliciano georgiano, Margus un agricultor preocupado por su cosecha de mandarinas y así todos, hasta el último extra sin frase.
El director presta especial atención al encuadre. Puertas y ventanas enmarcan a los personajes y les proporcionan luz natural, en muchos casos lateral, que ayuda a dibujar los rostros y a intuir lo que hay debajo de cada arruga y de cada mirada.
La preciosa fotografía tanto de interiores como de exteriores, en el primer caso centrada en los rostros y en el segundo aprovechando la paleta de verdes y marrones que ofrece el entorno y que se rompe con el naranja de las mandarinas está también en el rango de realismo que requiere la película.
La banda sonora acompaña la narración y es de una belleza serena que estalla con la emotividad del final de la película, final al que asistimos con los ojos empañados.
La película trasmite sobriedad, claridad, sinceridad, honestidad, empatía y credibilidad. No hay muchas películas de las que se pueda decir lo mismo.
Desgraciadamente, como decía Roger Ebert en una de sus críticas: “…que la película no haya sido más exitosa es una acusación a la impaciencia del público actual, que prefiere ser asaltado y no seducido.”

“Mandarinas” es la dimensión humana de la guerra en contraposición con las películas que hacen de la guerra un espectáculo. Cuando Ivo, Magnus y Juhan, (el médico), empujan la furgoneta de los milicianos georgianos por un barraco, Juhan dice: “Pensé que iba a explotar”, a lo que Magnus contesta: “Estallan en el cine”, y, lacónico, Ivo sentencia: “El cine es un gran engaño”.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Phoenix, (Christian Petzold, 2014)

El Tercer Reich construyó 30.000 campos de trabajos forzados y 980 campos de concentración, algunos de ellos dedicados exclusivamente al exterminio de judíos y gitanos. El mayor campo de exterminio fue Auschwitz-Birkenau, en Polonia. Tenía cuatro cámaras de gas en las que se asesinaba a 8.000 personas cada día.
El director de cine alemán Christian Petzold, autor de la estupenda “Bárbara” (2012), escribe y dirige, “Phoenix” (2014), película basada en una novela de Hubert Monteilhet titulada en España, “Regreso de las cenizas”. Repite, respecto a su anterior trabajo, con dos de los protagonistas, Nina Hoss y Ronald Zehrfeld e incorpora a la excelente Nina Kunzendorf en el papel de amiga y protectora de Nelly, el personaje central de la película interpretado magníficamente por Nina Hoss.
En la escritura del guion participó el recientemente fallecido cineasta alemán Harun Farocki.
La película obtuvo el Premio FIPRESCI, que otorga la Federación Internacional de Prensa Cinematográfica, en el 62º Festival de San Sebastián celebrado en septiembre de 2014.
“Phoenix” cuenta la historia de una superviviente de Auschwitz que ha regresado con la cara destrozada y es sometida a cirugía plástica. El cirujano consigue reconstruir la anatomía de su cara pero con un aspecto diferente al que tenía.
            En realidad, “Phoenix” habla sobre el Holocausto. Habla de la responsabilidad del régimen nazi, pero también de la del pueblo alemán. La película reflexiona sobre la necesidad que tienen los alemanes de enfrentarse al pasado, con honestidad, como única forma de superarlo, de la posibilidad de recuperar su identidad enfrentándose con la verdad por muy dolorosa y vergonzante que sea.
“Phoenix” es una película rodada con el ritmo pausado y reflexivo que precisaba el tema. Nos recuerda que en otro tiempo, el cine, incluso el cine de Hollywood, aún se permitía los silencios.
La película recrea de manera inmejorable el Berlín de la posguerra, una ciudad en ruinas que recuerda, inevitablemente, la película de Rossellini, “Alemania, año cero”, (1948). Ciudades en ruinas y personas en ruinas, víctimas de la sinrazón humana.
El film ha sido fotografiado por Hans Fromm, usando una paleta de colores contrastados con atención especial a los rojos del cabaré y la luz nocturna de Berlín. Sobre este tema dice Petzold: «…consideramos la tradición del film noir, sobre todo en relación a la llamada “Luz de Berlín”, algo que aportaron a ese género directores de fotografía de origen alemán, trabajando para cineastas como Billy Wilder, Robert Siodmak o Fritz Lang, entre otros. Para mi película pensé que no quería hacer citas de otros, sino devolver esa luz a Alemania.» (Caimán Cuadernos de Cine Nº 39. Junio 2015)
Apenas hay música extradiegética, únicamente unos acordes de piano en algún pasaje del tercio final de la película que sirven para subrayar la desesperanza y soledad de la protagonista.
La película comienza con una secuencia ejemplar; dos mujeres paran en un control para acceder a Berlín Oeste, una de ellas lleva el rostro vendado y oímos que su acompañante le dice, en voz baja, al soldado que las ha parado: “… ella viene de los campos”.
En los dos primeros minutos de proyección, el director ya nos ha presentado el tema de la película. A partir de este momento, el Holocausto estará presente en toda la película. La cinta está salpicada de alusiones al sufrimiento causado por la locura nazi aunque nunca se haga de forma directa. El director nos trata como personas adultas e inteligentes que no necesitan de prolijas explicaciones ni de emotivos discursos para captar la tragedia que late a lo largo de la historia. Voy a poner un ejemplo: Johnny le pregunta a Nelly cómo se llama y ésta le contesta que se llama Esther, a lo que Johnny responde: “Ya no quedan muchas Esther”.
La película está llena de metáforas, de hecho toda la narración es una metáfora. Por ejemplo; la llegada de Nelly en tren y el recibimiento de sus amigos, que antaño le dieron la espalda y ahora no saben cómo enfrentarse a su pasado, no deja de ser una metáfora muy obvia del pueblo alemán enfrentándose a un pasado que, estoy seguro, desearían que nunca hubiera sucedido.

La película tiene uno de los mejores y más bellos finales que se han visto en cine. Y entre un hipnótico principio y un final perfecto del que no soy capaz de expresar, en palabras, su grandeza, toda la película está en la cara de Nelly.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Un toque de violencia, (Jia Zhang-ke, 2013)

Premio al mejor guion en el Festival de Cannes de 2013, “Un toque de violencia”, es una película escrita y dirigida por Jia Zhang-ke, director chino perteneciente a la llamada “Sexta generación” y ganador del León de Oro en el Festival de Venecia de 2006 con “Naturaleza muerta”.
La historia del cine chino se estructura en relación a una serie sucesiva de generaciones de directores que empieza en el periodo del cine mudo, que correspondería a la “Primera Generación”, y llega hasta el cine que va desde mediados o finales de la década de los 90 hasta nuestros días y que se correspondería con la “Sexta Generación”. Esta “Sexta Generación” coexiste con algunos directores de la “Quinta Generación”, (Chen Kaige y Zhang Yimou son los más destacados), que comenzaron su andadura a principios de los años 80.
Debido a las circunstancias políticas y sociales del país y al tardío desarrollo de su industria cinematográfica, lo más interesante de la producción de la cinematografía china se ha llevado a cabo desde los años 80 hasta la actualidad.
“Un toque de violencia” está estructurada a través de cuatro relatos apenas relacionados desde el punto de vista argumental pero con un denominador común: la desesperanza del individuo inmerso en una transformada sociedad china y la violencia como respuesta a esa desesperación.
Jia Zhang-ke se inspira en historias reales que adquirieron notoriedad debido a su difusión en las redes sociales de China. El director ha dicho que seleccionó estas historias porque reflejaban diferentes aspectos de la violencia y al mismo tiempo se situaban en diferentes regiones geográficas de China lo que le permitía dibujar un retrato más completo de la sociedad de su país.
La primera historia trata sobre la corrupción y la desigualdad entre ricos y pobres que el capitalismo salvaje ha provocado en muchos lugares de China. El segundo relato nos cuenta una historia sobre la soledad, la marginación y la confusión del individuo en una sociedad que no entiende. La tercera historia nos habla sobre la dignidad y el dinero, sobre el precio de la dignidad; una vez más, Jia Zhang-ke critica el capitalismo desaforado que ha provocado la aparición de unas clases sociales cercanas a la esclavitud. El cuarto y último de los segmentos trata sobre la violencia sobre uno mismo producto de la falta de esperanza que provoca en el individuo una sociedad alienante.
Los directores de la “Sexta Generación” han retomado el gusto por contar historias que los directores de la generación anterior descuidaron, en ocasiones, por su interés en mostrar más que en narrar.
A pesar del carácter innovador y de ruptura con la concepción del cine de sus predecesores, la película sigue siendo inequívocamente china y mantiene los tres aspectos formales más identificativos del cine asiático contemporáneo: la duración de los planos, mucho mayor que el que tienen las películas de Hollywood, la equilibrada composición del plano y la riqueza de la paleta cromática.
El cuidado que Jia Zhang-ke tiene para componer cada escena, para encuadrar lo que quiere que se vea y la distribución de los colores dentro de la misma, consigue que el espectador disfrute de cada plano más allá de su interés para la narración.
Como ejemplo de uso del color y de composición del plano podemos revisar la secuencia de apertura en la que después de los créditos sobre un fondo de hojas de un verde brillante, vemos al protagonista del primer relato, en plano medio, jugando con un tomate rojo (el color rojo estará presente a lo largo de toda la película). A continuación, el plano se abre y vemos al personaje en un lado, sentado en su moto, jugando con el tomate; ocupando la mayor parte de la pantalla, un camión volcado con su carga de tomates de un rojo intenso esparcidos por el suelo, en primer término.
Jia Zhang-ke utiliza, además de los planos fijos, los travellings y la steady-cam cuyos movimientos han sido coreografiados con la delicadeza de un ballet clásico lo que, unido al color y la composición, acaba haciendo de “Un toque de violencia”, una obra arte.

Jia Zhang-ke está dotado de un talento extraordinario y es, seguramente, el director más importante del cine asiático actual. Jacques Mandelbaum, escritor y prestigioso crítico cinematográfico de Le Monde ha dicho de él que es “el más grande cineasta chino de todos los tiempos”.

miércoles, 12 de agosto de 2015

Zulú, (Jérôme Salle, 2013)

El 26 de mayo de 2013 se clausuró, la 66ª edición del Festival de Cannes con la proyección de una película francesa titulada “Zulú”, dirigida por Jérôme Salle (“El secreto de Anthony Zimmer”, 2005; “Largo Winch”, 2008; “Largo Winch: Conspiración Birmania”, 2011). Inexplicablemente, Zulú no ha llegado a estrenarse en España en salas comerciales y ha pasado directamente al mercado del DVD y Blu-ray.
“Zulú” es la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Caryl Ferey publicada en 2008. Se trata de un excelente thriller que acontece en Sudáfrica, un país marcado por uno de los episodios más infames de la historia de la humanidad; el apartheid.
Ali, un policía perteneciente a la etnia zulú y su compañero Brian de raza blanca, serán los encargados de resolver el asesinato de una adolescente en Ciudad del Cabo. La investigación acabará enfrentando a los dos protagonistas con un pasado de odio racial y crímenes relacionados con la limpieza étnica, abominable término que esconde conductas de exterminio de un grupo humano a manos de sus semejantes.
La película refleja, de forma inmejorable, la compleja personalidad de los dos protagonistas. Ali, perseguido por un pasado que le marcó física y psicológicamente; y Brian atormentado por sus propios demonios y sumergido en una espiral autodestructiva de sexo, alcohol y drogas. Estos dos policías torturados y, a simple vista, tan diferentes mantienen una relación de compañerismo, lealtad y tolerancia más allá de sus propias soledades.

El tercer protagonista de la película es…, Sudáfrica. Jérôme Salle, con la ayuda de su director de fotografía Denis Rouden, recorre los paisajes de Ciudad del Cabo; mansiones de lujo, chabolas de los barrios marginales y playas desiertas tienen una presencia agobiante y premonitoria. El tipo de encuadre, la iluminación contrastada y las estudiadas localizaciones consiguen que el espectador tenga durante toda la película, la sensación de que algo malo va a ocurrir.
A pesar del esquema ya conocido de dos policías investigando un crimen, “Zulú” se aleja, en muchos aspectos, de las películas al uso: la negrura de los personajes, la investigación casi siempre por separado de los dos protagonistas, el realismo casi doloroso, el retrato cruel de sus fantasmas y demonios, los diálogos secos, la absoluta ausencia de humor y la mirada de frente hacia un pasado ignominioso, entre otras cosas, hacen que nos encontremos ante un thriller absolutamente tan atípico como extraordinario. Todas las situaciones; escenas de acción, conflictos entre personajes, muertes, conflictos personales, etc., se cuentan de una manera distinta a como estamos acostumbrados, el director se dirige a un público adulto, algo que se agradece aunque me temo que no es lo ideal si se quiere hacer taquilla.
Forest Whitaker, en el papel de Ali, y Orlando Bloom, en el de Brian, están magníficos. Orlando Bloom, muy alejado de los papeles que ha realizado hasta el momento, construye el personaje de un policía autodestructivo, pero honesto, con gran solvencia y credibilidad. Forest Whitaker no necesita presentación y vuelve a estar estupendo en el papel de un personaje con un pasado que le atormenta y en lucha constante con sus sentimientos de perdón y venganza.
La última media hora de “Zulú” es una auténtica lección de planificación que desemboca en uno de los mejores finales que se ha visto en el cine desde “Seven”. La secuencia de la persecución de Ali por parajes desérticos trasmite una sensación de angustia que se torna desolación al comprender y asumir lo inexorable del destino, ese “fatum” que persigue a los personajes y que el espectador ha intuido desde el principio.
Así como las similitudes que algunos quisieron ver entre “La isla mínima” y “True detective” me parecen muy forzadas, las semejanzas del film de Alberto Rodríguez con “Zulú” sí que me parecen relevantes; ambas historias se desarrollan en países con un pasado oscuro que ha marcado a los personajes y que no ha sido superado a pesar de las apariencias. Los protagonistas han estado en lados opuestos del conflicto. Ambos tienen un pasado que les persigue y una vida personal complicada y la película está impregnada de una atmósfera que el director crea a partir de diálogos secos, violencia inesperada, paisajes que envuelven a los personajes y un tipo de narrativa sin concesiones para el espectador.

“Zulú” es una de las películas que mejor retrata el mal, el mal absoluto, sin explicaciones, sin excusas, sin atenuantes, y esta representación de la maldad golpea al espectador durante todo el metraje sin darle ningún tipo de respiro. Se trata de un thriller descarnado con una utilización realista de la violencia, que no hace concesiones ni muestra el menor atisbo de complacencia y que no se pliega en lo más mínimo a las exigencias del cine comercial que estamos acostumbrados a ver y, muchas veces, a sufrir.

viernes, 31 de julio de 2015

Camelot, (Joshua Logan, 1967)

«Pregunta a todo el mundo si ha oído la historia de Camelot y si no la conocen, cuéntasela, no dejes que se olvide que, una vez, hubo un lugar que por un breve y brillante momento, fue conocido como “Camelot”.»

El 3 de diciembre de 1960 se estrenó, en Broadway, un musical con libreto del compositor Frederick Loewe y el letrista Alan Jay Lerner, autores, entre otras, de “Brigadoom”, “Gigi”, “La leyenda de la ciudad sin nombre” o “My Fair Lady”. Basada en las novelas de T. H. White sobre el rey Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, la obra, se titulaba “Camelot” y estaba interpretada por Richard Burton en el papel de Arturo, Julie Andrews en el de Ginebra y el debutante Robert Goulet en el papel de Lancelot du Lac.
El resultado fue un rotundo éxito. La producción alcanzó las 873 representaciones antes de salir de gira por todo el país.
En 1967, Joshua Logan, director con una amplia experiencia teatral y que ya había dirigido algunas películas de cierto éxito como: “Bus stop”, “Picnic” o “Sayonara”, (en 1969 dirigiría otro estupendo musical: “La leyenda de la ciudad sin nombre”), es contratado por Jack L. Warner para dirigir la versión cinematográfica. Richard Harris interpretaría al rey Arturo, Vanessa Redgrave a Ginebra y Franco Nero a Lancelot du Lac. Tanto Vanessa Redgrave como Richard Harris interpretan, ellos mismos, las canciones mientras que Franco Nero fue doblado por Gene Merlino en las partes cantadas.
Durante el rodaje, Vanessa Redgrave y Franco Nero se enamoraron e iniciaron una relación sentimental que traspasa la pantalla y se intuye en las escenas de amor entre Ginebra y Lancelot du Lac.
La película narra la historia de un triángulo amoroso que se debate entre la lealtad, la pasión y la construcción de un sueño.
Los exteriores se rodaron en España; el castillo de Coca representa el castillo de Camelot y el Alcázar de Segovia representa el castillo de Lancelot du Lac.
Se construyeron más de 45 decorados que ocupaban la mayor parte de los Estudios Warner, se invirtieron más de 3 millones de dólares en vestuario y se contrataron cientos de extras.
Nominada en cinco apartados, obtuvo el Óscar en tres de ellos: dirección artística, vestuario y música adaptada.
Rodada en Technicolor y Panavision las imágenes de “Camelot” son de una extraordinaria belleza y recuerdan a las pinturas de los prerrafaelitas ingleses de mediados del siglo XIX. La dirección artística, la fotografía, el vestuario y los decorados otorgan a la obra un halo de leyenda mágica acorde con su tema. Gran parte del mérito del aspecto visual de la película es responsabilidad de un diseñador australiano de 30 años llamado John Truscott y del director artístico Edward Carrere.
La película fue masacrada sin piedad por la crítica de la época y aunque consiguió recuperar la inversión, no fue el éxito que Jack L. Warner esperaba.
“Camelot” no deja indiferente a nadie, o se la ama o se la odia. Para algunos es una cursilada insoportable. Para otros, entre los que me cuento, se trata de una obra maestra del cine hecha con talento, sensibilidad y un excelente sentido del espectáculo.
Desde el arranque, en el bosque nevado, donde Arturo y Ginebra interpretan el bellísimo tema principal, hasta que Arturo, tres horas más tarde, reinterpreta el mismo tema, trece hermosísimas canciones se integran en la historia con carácter funcional.
Esta manera de integrar las canciones en la trama para que aporten datos, ayuden a caracterizar a los personajes o se constituyan en auténticos monólogos interiores que desvelen al espectador sus pensamientos más íntimos, sus dudas, su angustia, su alegría o su tristeza, no es lo habitual en el musical clásico de Hollywood en el que la mayor parte de las veces lo que vemos es una película con canciones y números de baile insertados cada cierto tiempo, en muchas ocasiones, sin venir a cuento salvo que el argumento narre, precisamente, el montaje de un espectáculo musical.
“Camelot” fue uno de los últimos grandes musicales que produjo Hollywood en una década en la que el género estaba agonizando. Se trata de un film original y atípico. Su puesta en escena rompe con lo que hasta entonces se consideraba correcto al trasladar al cine un musical de Broadway. Joshua Logan decidió filmar las canciones incluyendo un gran número de primeros planos lo que acentúa la intimidad y sensualidad de esos momentos y se aleja de la “teatralidad” de otras adaptaciones. Los excelentes diálogos de Alan Jay Lerner, el espléndido trabajo de los actores, el diseño de producción y, por supuesto, la música de Frederick Loewe, hacen de “Camelot” una película irrepetible.

Joshua Logan diría sobre “Camelot”: «… una de las películas más hermosas de ver que nunca puedan hacerse.»