“Ida” es el título de la última película dirigida por el
realizador polaco, afincado en Londres, Pawel Pawlikowski. Nada de lo que este
director ha hecho hasta ahora nos había preparado para “Ida”.
Rodada en Polonia y ambientada en los años sesenta, en una Polonia comunista y católica que apenas había salido de la postguerra, la
película cuenta el viaje de una novicia de 18 años (Anna) que, antes de
realizar sus votos, iniciará una búsqueda de sus orígenes en compañía de su tía
(Wanda), una mujer perseguida por el pasado y
destruida por el remordimiento.
Se trata de una bellísima película en blanco y negro, con
formato de pantalla cuadrada y despojada, prácticamente, de música extradiegética.
La cámara siempre estática, sin reencuadres ni travellings,
ni grúas, ni contraplanos, se vuelve invisible y el espectador disfruta de unas
imágenes que recuerdan a Carl Th. Dreyer.
Los planos, muy a menudo, despojados de todo tipo de
decoración están, en ocasiones, compuestos con los personajes en una esquina
con gran cantidad de espacio vacío por encima de sus cabezas. Esta forma de
encuadrar nos produce un cierto desasosiego ya que nuestra mente “prefiere” la
armonía, la simetría, el canon griego de belleza. Este tipo de encuadre junto
el estatismo de la cámara, la duración de los planos, la utilización de los
primeros planos que, aquí, tienen una justificación emocional, la iluminación que intenta siempre utilizar una sola fuente de luz y el maravilloso
blanco y negro, sitúan al espectador en el plano de la contemplación.
Pawlikowski explica los motivos por los que optó por este
tipo de estética: “[…] los mínimos
elementos y el mínimo movimiento de cámara, no quería introducir ningún ruido
en el mensaje. Nada más allá de lo esencial. Así, la historia, el diálogo, la
información, el sonido y la imagen se desnudaron a la esencia de ellas mismas”.