martes, 6 de octubre de 2015

Byzantium, (Neil Jordan, 2012)

Contar historias que no se pueden contar
Con “Byzantium” (2012) Neil Jordan vuelve al tema del vampirismo dieciocho años después de dirigir “Entrevista con el vampiro” (1994). El film adapta una obra de teatro titulada “A vampire story” cuya autora, Moira Buffini, ha escrito, también, el guion para la película.
Director irlandés nacido en 1950, Jordan, es un caso atípico dentro del panorama actual del cine. Realizador irregular y que ha incurrido en algunas equivocaciones, a pesar de todo, es uno de los talentos más interesantes y personales del cine que ha conseguido mantenerse fiel a sí mismo, a pesar de la presión de la industria y de la crítica, y nos ha dado algunas películas magníficas como: “En compañía de lobos” (1984), “Mona Lisa” (1986), “Amor a una extraña” (1991), “Juego de lágrimas” (1992), “Entrevista con el vampiro” (1994), “Michael Collins” (1996), “El buen ladrón” (2002) y “La extraña que hay en ti” (2007).

Neil Jordan, cuyo talento está a la altura de otros directores de su generación como David Lynch o David Cronenberg, ha sido injustamente olvidado o menospreciado por crítica y público.
He leído, hace poco, un artículo de Tomás Fernández Valenti que hablaba sobre “Los otros” y que decía (a mi entender con gran perspicacia) que Amenábar hacía buenos productos pero no buenas películas. Es posible que a Neil Jordan le pase lo contrario y de ahí el ostracismo al que se ve sometido.
El cine de Neil Jordan se mueve entre el naturalismo y lo fantástico en una suerte de “realismo mágico” que parece de otro tiempo y otro lugar. Lo mismo que les sucede a las dos protagonistas de Byzantium.
Byzantium cuenta la historia de Eleanor y Clara, (Saoirse Ronan y Gemma Arterton), dos vampiresas de 200 años de existencia. La narración transcurre en la época actual e intercala algunos flashbacks que se desarrollan a principios del siglo XIX.
Desde la primera secuencia se crea la atmósfera y el tono de toda la película: partiendo de la pantalla en negro la imagen se va iluminando conforme la cámara avanza por un pasillo hasta entrar en una habitación en la que Eleanor escribe un diario mientras su voz en off nos sumerge en una historia de amor, sangre e inmortalidad: “Mi historia no puede ser contada. La escribo una y otra vez donde quiera que encontremos refugio, escribo sobre lo que no puedo hablar, la verdad. Escribo todo lo que sé de ella y luego lanzó las páginas al viento. Tal vez los pájaros puedan leerla”.
La película terminará con un fundido a negro y la voz en off de Eleanor: “Soy Eleanor Webb, lanzo mi historia al viento y nunca volveré a contarla. Empieza otra”. Se cierra, así, de manera circular y bellísima una película inolvidable.
La exquisita puesta en escena es utilizada para ayudar a contar la historia en lugar de usarla para construir un producto comercial que consiga el favor del público por la vía de la sorpresa o la espectacularidad.
Como ejemplo basta observar cómo filma la relación entre Eleanor y Frank (Caleb Landry Jones).
Al principio, cuando se están conociendo, los filma en plano / contraplano y cuando aparecen los dos en el mismo plano uno aparece en foco y el otro desenfocado o uno sentado y el otro de pie. En la escena que supondrá un cambio en la relación de los dos, la cámara hace un elegante travelling circular con los dos protagonistas sentados, uno enfrente del otro, la cámara los envuelve, los acaricia, (decía Godard que un travelling es siempre una cuestión moral). A partir de ese momento, el plano / contraplano se utiliza en momentos de conflicto y, en cambio, en los momentos románticos se encuadra a los dos muy juntos, en el mismo plano.
Esta película tiene los mejores y más elegantes travellings que se hayan visto en el cine desde hace mucho tiempo. Jordan filma con la misma elegancia, los asesinatos, las persecuciones, las peleas o las escenas de amor.
Hoy parece ser el día de Godard ya que me viene a la cabeza otra de sus sentencias. Decía el maestro francés: “… el único problema del cine reside en saber por qué y cuándo empezar un plano, y en por qué y cuándo cortarlo”. Algunos directores no lo aprenden en toda su carrera, Neil Jordan lo sabe desde su primera película.

Hay muchas razones por las que Byzantium merece la pena, además de lo dicho sobre su puesta en escena, podemos enumerar algunas: el novedoso tratamiento del tema del vampirismo; las aportaciones a la iconografía vampírica como por ejemplo el ritual de transformación, de una potencia visual rara vez vista; el análisis social, incluido el papel de la mujer en la sociedad; el tratamiento de la violencia; la delicadeza y sensibilidad con se filman las muertes a manos de Eleanor, sobre todo la que intuimos a través de un cristal que difumina y distorsiona la imagen; los hermosísimos flashbacks que se introducen con elegancia y continuidad en la narración; la excelente banda sonora de Javier Navarrete que incluye piezas clásicas maravillosas o la bellísima canción de Etta James que acompaña al extraordinario travelling del asesinato del proxeneta en la playa; la magnífica fotografía de Sean Bobbitt con el rojo como leivmotiv, (la capucha de Eleanor que recuerda a la Caperucita de “En compañía de lobos”, la sangre de Frank, la cascada…); y, sobre todo y ante todo, el placer de asistir durante dos horas al desarrollo de una excelente historia contada por un maestro en contar historias, Neil Jordan, poesía en un mar de prosa, “que la paz sea contigo, que la luz brille sobre ti”