En la mayor parte de la crítica cinematográfica encontramos
más información sobre el autor de la misma, y muchas veces sobre el tamaño de
su ego, que sobre la película que se analiza.
No estoy en contra de este tipo de enfoque, (que es más
opinión que análisis), pero tenemos que ser conscientes de que, por este camino,
volvemos al siglo XIX, cuando la valoración de las obras de arte se hacía en
función del “gusto” del crítico y por tanto se daba por sentado que los
críticos eran personas con un gusto más desarrollado, exquisito, o que el
público no tenía un gusto propio y había que “guiarlo” para que fuera capaz de
apreciar los complejos cánones que regían la valoración de las obras de arte.
Por mi parte siempre intento incluir en mis escritos más
elementos de análisis que de opinión pero, hoy es distinto ya que…, “esto no es
una crítica”.
Todas las semanas procuro revisar alguna de las grandes
películas que nos ha dado el cine y cada cierto tiempo vuelvo a aquellas que
considero que son la medida de todas. Aquellas que me sirven para calibrar el
sentido cinematográfico, si es que algo así existe, películas-diapasón que son
puro cine y por tanto todas las demás se miden teniéndolas como referencia.
Hago esto para no perder la perspectiva con respecto a las películas
que se van estrenando de tal manera que películas mediocres me acaban
pareciendo excelentes, seguramente, debido a que las 20 anteriores que he visto
eran muy malas.
Una de las películas a las que recurro más a menudo es “El
espíritu de la colmena” (1973). Dirigida por Víctor Erice, coescrita con Ángel
Fernández Santos, con la maravillosa fotografía de Luis Cuadrado y
protagonizada de forma mágica por Ana Torrent cuando tenía siete años.
Víctor Erice ha dirigido, en cuarenta y dos años, algún “sketch”
una película y media (la media película es “El sur”), y un documental (“El sol
del membrillo”). Todas ellas, obras maestras. Víctor Erice es la perfecta
definición de un genio.
Sobre “El espíritu de la colmena” se ha escrito y dicho
todo lo que hay que decir. Se han hecho estudios universitarios, desmenuzado cada
escena y cada plano, se han escrito libros, se han desarrollado teorías sobre
su simbolismo o sobre su meta-texto. Se ha analizado desde el punto de vista de
la filosofía, la sociología, la política, la semiótica, las bellas artes y,
desde luego, la teoría cinematográfica.
No voy a intentar aportar algo nuevo. Por una vez,
permítame el lector que, simplemente, exprese mi sentimiento de admiración por
una película que supuso para mí un antes y un después en mi manera de ver el
cine.
«… Dice Víctor
Erice que el mejor cine que ha filmado está encerrado en unos pocos segundos,
los de una toma, luego dividida en dos planos por el montaje. Es aquella que
atrapa en vivo la reacción espontánea de la niña Ana Torrent cuando contempló
por primera vez la escena del “Frankenstein”·de James Whale que desencadena la
fábula del filme. Es un primer plano no previsto en la escritura del guion ni
más tarde provocado o sugerido por la preparación de la filmación. […] La
cámara se topó de bruces con algo que no esperaba, una de las más puras
erupciones del milagro del asombro de que hay noticia, la que expulsó, con la
elocuencia de sus ojos enormes absortos y boquiabiertos, de su turbación ante
lo que veía en la pantalla la niña Ana. […]Luis Cuadrado disparó la cámara y
atrapó al vuelo uno de los más hermosos instantes del cine, hecho con un brote
de realidad robada a la vida.» (Ángel
Fernández Santos; El País, Agosto de 1983).
Hay más verdad y más cine en ese plano de Ana que en todas
las películas que he visto antes y después.
Hay películas que le dan la razón a Baudelaire y su opinión
sobre la crítica: “Para ser justa, es
decir, para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada,
política; esto es: debe adoptar un punto de vista exclusivo, pero un punto de
vista exclusivo que abra al máximo los horizontes” (Charles Baudelaire, Salones
de 1846).
Soy consciente de la contradicción entre lo que dije al
principio y lo que pensaba Baudelaire pero claro…, “esto no es una crítica”…,
es una declaración de amor.
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