«Pregunta a todo el mundo si ha oído la historia de Camelot y si no la
conocen, cuéntasela, no dejes que se olvide que, una vez, hubo un lugar que por
un breve y brillante momento, fue conocido como “Camelot”.»
El 3 de diciembre de 1960 se estrenó, en Broadway, un
musical con libreto del compositor Frederick Loewe y el letrista Alan Jay
Lerner, autores, entre otras, de “Brigadoom”, “Gigi”, “La leyenda de la ciudad
sin nombre” o “My Fair Lady”. Basada en las novelas de T. H. White sobre el rey
Arturo y los caballeros de la Mesa Redonda, la obra, se titulaba “Camelot” y
estaba interpretada por Richard Burton en el papel de Arturo, Julie Andrews en
el de Ginebra y el debutante Robert Goulet en el papel de Lancelot du Lac.
El resultado fue un rotundo éxito. La producción alcanzó las 873
representaciones antes de salir de gira por todo el país.
En 1967, Joshua Logan, director con una amplia experiencia
teatral y que ya había dirigido algunas películas de cierto éxito como: “Bus
stop”, “Picnic” o “Sayonara”, (en 1969 dirigiría otro estupendo musical: “La
leyenda de la ciudad sin nombre”), es contratado por Jack L. Warner para
dirigir la versión cinematográfica. Richard Harris interpretaría al rey Arturo,
Vanessa Redgrave a Ginebra y Franco Nero a Lancelot du Lac. Tanto Vanessa
Redgrave como Richard Harris interpretan, ellos mismos, las canciones mientras
que Franco Nero fue doblado por Gene Merlino en las partes cantadas.
Durante el rodaje, Vanessa Redgrave y Franco Nero se
enamoraron e iniciaron una relación sentimental que traspasa la pantalla y
se intuye en las escenas de amor entre Ginebra y Lancelot du Lac.
La película narra la historia de un triángulo amoroso que
se debate entre la lealtad, la pasión y la construcción de un sueño.
Los exteriores se rodaron en España; el castillo de Coca
representa el castillo de Camelot y el Alcázar de Segovia representa el
castillo de Lancelot du Lac.
Se construyeron más de 45 decorados que ocupaban la mayor
parte de los Estudios Warner, se invirtieron más de 3 millones de dólares en
vestuario y se contrataron cientos de extras.
Nominada en cinco apartados, obtuvo el Óscar en tres de
ellos: dirección artística, vestuario y música adaptada.
Rodada en Technicolor y Panavision las imágenes de
“Camelot” son de una extraordinaria belleza y recuerdan a las pinturas de los
prerrafaelitas ingleses de mediados del siglo XIX. La dirección artística, la
fotografía, el vestuario y los decorados otorgan a la obra un halo de leyenda
mágica acorde con su tema. Gran parte del mérito del aspecto visual de la
película es responsabilidad de un diseñador australiano de 30 años llamado John
Truscott y del director artístico Edward Carrere.
La película fue masacrada sin piedad por la crítica de la
época y aunque consiguió recuperar la inversión, no fue el éxito que Jack L.
Warner esperaba.
“Camelot” no deja indiferente a nadie, o se la ama o se la
odia. Para algunos es una cursilada insoportable. Para otros, entre los que me
cuento, se trata de una obra maestra del cine hecha con talento, sensibilidad y
un excelente sentido del espectáculo.
Desde el arranque, en el bosque nevado, donde Arturo y
Ginebra interpretan el bellísimo tema principal, hasta que Arturo, tres horas
más tarde, reinterpreta el mismo tema, trece hermosísimas canciones se integran
en la historia con carácter funcional.
Esta manera de integrar las canciones en la trama para que
aporten datos, ayuden a caracterizar a los personajes o se constituyan en auténticos
monólogos interiores que desvelen al espectador sus pensamientos más íntimos,
sus dudas, su angustia, su alegría o su tristeza, no es lo habitual en el
musical clásico de Hollywood en el que la mayor parte de las veces lo que vemos
es una película con canciones y números de baile insertados cada cierto tiempo,
en muchas ocasiones, sin venir a cuento salvo que el argumento narre,
precisamente, el montaje de un espectáculo musical.
“Camelot” fue uno de los últimos grandes
musicales que produjo Hollywood en una década en la que el género estaba agonizando.
Se trata de un film original y atípico. Su puesta en escena rompe
con lo que hasta entonces se consideraba correcto al trasladar al cine un
musical de Broadway. Joshua Logan decidió filmar las canciones incluyendo un gran
número de primeros planos lo que acentúa la intimidad y sensualidad de esos
momentos y se aleja de la “teatralidad” de otras adaptaciones. Los excelentes
diálogos de Alan Jay Lerner, el espléndido trabajo de los actores, el diseño de
producción y, por supuesto, la música de Frederick Loewe, hacen de “Camelot”
una película irrepetible.
Joshua Logan diría sobre “Camelot”: «… una de las películas más hermosas de ver
que nunca puedan hacerse.»
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