“Snowpiercer” es una película de ciencia ficción dirigida
por el coreano Bong Joon-ho. Se trata de una adaptación de la novela gráfica francesa, “Le
Trasperceneige” creada por Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb. En España,
alguien ha decidido titularla “Rompenieves” que, a pesar de ser una traducción
fiel del original, me parece un título horroroso.
Se trata de un magnífico film que tiene como base
argumental una gran idea. En un futuro post-apocalíptico, debido a un
experimento fallido que pretendía solucionar el calentamiento global, las
temperaturas han bajado hasta tal punto que la civilización tal como la
conocemos, ha desaparecido. Los supervivientes están condenados a viajar
eternamente a bordo de un tren que transita a través de parajes helados en un
ciclo sin fin. En este tren sus viajeros se distribuyen de cabeza a cola en
función de una jerarquía de clases sociales.
Lo cinematográfico es una categoría indefinible. El porqué
algo es cinematográfico tiene difícil explicación. Sin embargo a pesar de la
dificultad para definirlo ocurre que es muy fácil de reconocer. Monument
Valley, Nueva York, el western, Marilyn Monroe, el Golden Gate y las calles de
San Francisco o John Wayne parando una diligencia, son, sin ninguna duda,
cinematográficos. Pues bien, lo mismo ocurre con el tren.
El tren encaja a la perfección en las películas. Es posible
que se deba a la idea de movimiento que el tren comparte con el cine, al fin y
al cabo el cine no deja de ser una serie de imágenes en movimiento. También es
posible que sea por la idea de viaje, al fin y al cabo casi todos los relatos
acaban revelándose como un viaje, a veces literalmente y otras como un viaje
interior, un itinerario de transformación de los personajes. También el aspecto
a la vez poderoso y plástico de la máquina en sí y la oportunidad inigualable
que nos da de mostrar todo tipo de paisajes. Sea como sea, hay pocas cosas más
cinematográficas que un tren y el cine lo ha sabido ver y lo ha plasmado en
numerosas películas.