“La isla mínima”, la última película de Alberto Rodríguez
(director de la magnífica “Grupo 7”) es, sin duda, la mejor película española
del año y una de las mejores de la historia del cine en nuestro país. Una obra
maestra.
Crítica y público han alabado una película que es más de lo
que parece. La Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas ha
reconocido su calidad y la ha nominado para los premios Goya en 17 apartados,
muchos de los cuales debería ganar.
“La isla mínima” es una película de género, es cine negro. Sobre
la película se ha escrito ya mucho y no se trata de repetirlo, se ha alabado la
localización, el trabajo de los actores (sobre todo el maravilloso trabajo de
Javier Gutiérrez que, en ocasiones, recuerda a James Cagney), los dos niveles
de la película (la trama criminal y el fondo socio-político de principios de
los años ochenta), y muchos otros aspectos sobre los que no insistiré.
¿Por qué, “La isla mínima” es mejor, incluso,
de lo que parece?
David Bordwell y Kristin Thompson en su imprescindible
libro “El arte cinematográfico”, definen la “puesta en escena” de la siguiente
manera:
«El término original francés, “mise-en-scène”,
significa “poner en escena una acción” y en un principio se aplicaba a la
práctica de la dirección teatral. Los estudiosos del cine, extendiendo el
término a la dirección cinematográfica, utilizan el término para expresar el
control del director sobre lo que aparece en la imagen fílmica. Como sería de
esperar según los orígenes teatrales del término, la “mise-en scène” incluye
aquellos aspectos del cine que coinciden parcialmente con el arte teatral: los
decorados, la iluminación, el vestuario y el comportamiento de los personajes.
Al controlar la puesta en escena, el director escenifica el hecho para la
cámara.»
José Luis Guarner dijo: “Es
preciso comprender que la calidad de una película no está en su género, ni en
su tema, ni en su argumento, sino en su puesta en escena”.
Pues bien, “La isla mínima” no es su género, ni su tema, ni
su argumento, “La isla mínima” es su maravillosa puesta en escena:
-
Decorados: En su sentido más amplio hablamos de localizaciones. Tanto
los interiores como los paisajes exteriores de las Marismas del Guadalquivir
confieren a la película gran parte de su identidad. No se ha elegido un
pueblecito pintoresco con casitas blancas y flores en las ventanas con gente
vestida de faralaes sino oscuras y austeras casas de labradores, pensiones con
crucifijos fascistas, barracas de feria donde se dispara con escopetas de aire
comprimido a palillos (de los planos) y se ganan botellas de Marie Brizard, feos
caserones aislados, barcazas donde se destripan peces mientras te leen el
futuro, extensiones de tierra y sal…, y las marismas fotografiadas como esos
pantanos de las películas norteamericanas donde acecha el horror detrás de cada
meandro. Y para el clímax final, la lluvia…, como ya hiciera Kurosawa en “Los siete
samuráis” o Clint Eastwood en “Sin perdón” cuando se propusieron que los
momentos más intensos de sus películas tuvieran un aliento épico. Esa
maravillosa lluvia artificial que empapa a los protagonistas y proporciona a la
secuencia del enfrentamiento final entre los protagonistas y el asesino una
textura pocas veces vista en el cine español.
-
Vestuario: Marrones, pardos, grises y verdes desvaídos. Sólo vemos
algún color más vivo en el interior de la pensión o en el bar, pero en los
exteriores los personajes parecen mimetizarse con los ocres del terreno y la
turbiedad del agua.
-
Iluminación: Por una parte, en exteriores, se ha tomado la decisión de
sobreexponer la fotografía, de tal forma que los planos se inundan de luz y todo
se aplana, el cielo parece blanco como lo parece la tierra hecha de sal, los
contrastes son menores y la viveza de los colores desaparece excepto en las
tomas aéreas a las que haré referencia más adelante. Por otra parte, en los
interiores, la luz, es siempre lateral, entra por puertas o ventanas perfilando
los personajes y acentuado los contrastes. Una vez más, la excepción es la
pensión y el bar.
-
Los personajes en
el plano: Gran parte de la película está
rodada con los actores en plano medio lo que nos acerca más al interior de los
personajes. Utiliza el plano-contraplano cuando cualquiera de los dos policías
protagonistas habla con cualquier otro personaje pero cuando hablan entre
ellos, el director, intenta siempre que aparezcan los dos en el mismo plano
aunque uno de ellos esté fuera de foco o en escorzo o le veamos sólo el hombro.
Nada es casual. En este apartado tengo que hacer referencia obligada a la toma
larga (que no es lo mismo que plano-secuencia) en el lugar en que se descubren
los cadáveres de las dos jóvenes. Rodada toda la escena en una toma para ir uniendo
los diferentes aportes de cada uno de los que están allí: Guardia Civil, Médico
Forense, (después le diré una cosita), policías, juez, periodista de sucesos y
testigos. Una magnífica toma, hecha en un espacio muy pequeño y que no admite
trucos de falsas paredes como ocurría, por ejemplo, en “La invención de Hugo”.
Una maravilla.
Howard Hawks decía que una buena película consistía en tres
grandes escenas y ninguna escena mala. “La isla mínima” no tiene ninguna escena
mala y muchas más de tres buenas pero haciendo honor al maestro citaré tres
grandes escenas:
-
La escena del
descubrimiento de los cadáveres sobre la que ya hemos hablado.
-
La angustiosa, y
excelentemente rodada y montada, persecución del Diane 6 del asesino por parte
del personaje que interpreta magníficamente Raúl Arévalo.
-
La secuencia del
enfrentamiento final de los protagonistas con el asesino. Y si se quiere afinar…,
la escena del apuñalamiento.
Hasta aquí los elementos que configuran la puesta en escena.
Pero hay más cosas:
-
Los diálogos: Son diálogos secos, como disparos, diálogos sin
concesiones, eficaces. Como mandan los cánones del cine negro. Y silencios,
muchos silencios.
-
La banda sonora de
Julio de la Rosa: Magnífica. Merecedora de
un Goya y también de enseñarse en las Escuelas de Cine. Una banda sonora que
está presente, en muchas ocasiones, sin que seamos conscientes de que lo está
pero que ayuda a crear el clima del film. La música se integra con los pájaros,
los grillos, los mosquitos para acabar formando la banda sonora de los crímenes
de las Marismas del Guadalquivir.
Hay películas cuya estructura se escapa a cualquier análisis
como por ejemplo “Un perro andaluz”, de Luis Buñuel. Otras tienen una estructura
que podríamos comparar con un libro o lo que es lo mismo: palabras que
forman frases que forman párrafos que forman capítulos. De forma parecida los planos conforman escenas que conforman secuencias que conforman actos o bloques de una narración.
En la estructura de “La isla mínima”, los planos aéreos,
además de su belleza intrínseca, sirven para abrir y cerrar los capítulos de
esta impecable narración. Hay cuatro planos aéreos (además de los del principio, que son animaciones sobre fotografía digital, y el del final de la película) que estructuran la el film en bloques o
capítulos, y que están situados en lugares que coinciden con giros significativos
del guión (el descubrimiento de los cadáveres, el entierro, la descripción del
asesino y su vehículo con la pegatina que hacen a los policías en la barcaza, y
el plano con lluvia después de que haya muerto el asesino). Estos planos dan un
respiro al espectador, es como un punto y aparte en la narración. Esta idea de
hacer estas transiciones mediante planos aéreos nos habla de un director que no
se conforma con rodar de cualquier manera y terminar con un fundido más o menos
elegante.
En cuanto al reparto de secundarios, mención especial para
Nerea Barros, guapísima, una actriz de 33 años que hace gala de una sobriedad y
convicción extraordinarias y que actúa con los ojos algo al alcance de muy
pocos actores o actrices. Un Goya para Nerea, por favor.
“La isla mínima” confirma lo que ya se veía en “Grupo 7”, que
Alberto Rodríguez es uno de los directores españoles con más talento y que hace
un cine a la altura de los mejores del mundo. El Goya, por favor.
Me parece un auténtico disparate que “La isla mínima” no
sea la película que nos represente en los Oscars.
Posdata repelente: Al
examinar uno de los cuerpos el médico forense dice: “quemaduras de primer grado
en la mano izquierda” ¡¡¡Nooooo!!! Médico forense, ¡¡¡Nooooo!!! Las quemaduras
de primer grado son las más leves, son eritemas como los que se producen cuando
alguien “se pasa tomando el sol y se pone rojo”. Lo que tiene la víctima son
quemaduras de “tercer grado”, que son las más graves.
Posdata sin remedio: ¡Mierda! ¡Qué largo me ha
quedado! ¡Otra vez!
¿Te has dignado a ver Magical Girl? Que sí, que técnicamente está muy bien La isla mínima, pero como película, en general, es bastante mediocre y más si la comparamos con la que digo.
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