“Los descendientes”, la última película dirigida por Alexander Payne es, sin duda, su mejor
realización hasta el momento. En mi opinión es una gran película, a la altura
de las mejores que se han estrenado en los últimos años, y justa candidata a
los Oscars.
Pese
a ello, la película puede despistar a muchos espectadores. De hecho ha
despistado también a muchos críticos. El tono, el ritmo y la historia, no parecen
encajar entre sí. ¿Se trata de una comedia? ¿Un drama?
Estamos
educados en las convenciones del drama y de la comedia tal y como se entienden
en la actualidad: una comedia tiene un cierto tipo de música, de intérpretes,
de situaciones e incluso de fotografía que nos anticipa ya desde los títulos de
crédito que estamos ante una comedia. Y lo mismo ocurre en los dramas.
Pero
la vida no es comedia o drama, la vida es la mezcla de los dos y “Los
descendientes” nos muestra eso, un trozo de vida.
Alexander
Payne es un director con una tremenda cultura cinematográfica. Lo he oído y
leído en varias entrevistas y es un placer que un director de cine conozca los clásicos
y el lenguaje cinematográfico como los conoce él.
“Los descendientes”, por contenido, es un drama: el protagonista, Matt King (un
excelente George Clooney), abogado especializado en propiedades, vive en
Waikiki. Es el fideicomisario de las últimas hectáreas de tierra virgen de la
isla, propiedad de la familia. La familia quiere vender las tierras y él tiene
que tomar la decisión final. Matt está casado y es padre de dos hijas (Scottie
y Alex) de 10 y 17 años respectivamente. En el momento en que comienza la
historia, su mujer (Elizabeth) ha sufrido un accidente náutico y se encuentra
en coma. Matt recibe dos noticias de forma consecutiva: por un lado los médicos
le dicen que el coma de Elizabeth es irreversible y que según los deseos de su
mujer tienen que desconectarla y dejarla morir, y por otra parte su hija mayor
le confiesa que su madre tenía una aventura con otro hombre.
El
tema de la película es la familia. Se habla de la familia de origen, de la
familia nuclear, de la familia extendida e incluso de la gran familia racial.
Obviamente
la historia es un drama, nadie lo puede negar. ¿Dónde está, pues, la duda? Lo
que diferencia a esta película de muchas de las que podemos ver en la actualidad
–comedias o dramas- es el tratamiento, tanto del guión como de la puesta en
escena.
Lo
que ocurre es que Alexander Payne está enamorado de sus personajes, los quiere,
y por tanto los trata con el pudor y el respeto que le merecen. Nunca los deja
que lleguen a exponer sus sentimientos más íntimos de forma desaforada. En el
momento en el que las emociones van a desbocarse, se retira, da un paso atrás
para que esas emociones no sean vistas por extraños. Es como si le diera
vergüenza. Precisamente este tipo de abordaje del drama, que a mí me parece un
acierto, le ha supuesto a Payne algunas críticas que acusan a la película de
plana, indicativo, una vez más, de la ceguera y el desconocimiento de los
mecanismos de la narración de los grandes maestros por buena parte de la
crítica.
Esta
manera de abordar la historia se traduce en una puesta en escena de lo más
clásica; la cámara se hace invisible y apenas se mueve y cuando lo hace es por
una buena causa. En esto sigue la máxima del maestro John Ford que decía que la
cámara no había que moverla nunca y que si se movía había que tener un buen
motivo.
Además
del uso clásico de la cámara la película tiene una dirección de actores espléndida,
una dirección de matices, de pequeños gestos, y sobre todo de contención. El
resultado es magnífico, no hay ningún actor que no esté bien: George Clooney
inconmensurable y, desde luego, su mejor actuación hasta el momento, digna de
un Oscar que no se llevó. Judy Greer está increíble en la escena del hospital.
Las dos hijas están fenomenal, el abuelo, la abuela e incluso el novio de Alex,
que por cierto es un ejemplo estupendo del amor que tiene Payne por todos sus
personajes ya que este, en principio, inaguantable muchacho acaba siendo uno
más de la familia.
Y
por fin, lo que determina el tono y el ritmo de la película es el tratamiento
de comedia que aplica Payne, y que ya está desde el guión, a todas las escenas
dramáticas. Este tratamiento lo podemos ver con claridad de dos maneras
distintas: por una parte las escenas dramáticas acaban, en su mayoría, con una
especie de respiro, de alivio, es decir sube la tensión hasta cierto punto y la
situación en lugar de acabar ahí, en pleno clímax dramático, da un giro sutil
más propio de comedia. Por otra parte, en algunas escenas, el tratamiento de
comedia está ya desde el principio.
Voy
a poner un ejemplo de cada una de estas formas de abordar las escenas
dramáticas.
-
Matt y su hija pequeña, Scottie, están comiendo un
helado y se acerca hasta su mesa Troy, que era el que conducía la lancha cuando
la mujer de Matt sufrió el accidente. Pregunta por ella y trata de disculparse
por el accidente haciendo crecer la tensión entre los tres. Llega un momento en
que Scottie no puede más y sale de estampida, Matt sale tras ella y la
tranquiliza y ya más calmada aunque todavía con cara de enfado pasa frente a Troy
que sigue en la heladería y, mirándole, le dedica una peineta.
-
El segundo ejemplo es la escena en la habitación del
hospital, cuando llega la esposa del hombre que tenía la aventura con Elizabeth
(una maravillosa Judy Greer). La escena entera se desarrolla mediante los
mecanismos clásicos de la comedia de gags, es decir el gag consta de tres fases.
La escena tiene dos partes, la primera cuando llega la visita y las dos hijas y
el novio de Alex salen de la habitación; por tres veces le dicen a Scottie que
se dé prisa para salir. Una vez solos Judy Greer le habla a la mujer de Matt,
en una primer momento con calma, perdonándola…, la cámara coge a Matt
asintiendo…, después sigue hablando cada vez más enfadada: “tengo que perdonarte por haber intentado llevarte a Brian, por haber
intentado destruir a mi familia”…, la cámara vuelve a Matt que ahora ya
tiene una cara un poco más de circunstancias…, pero ella sigue cada vez más
enfadada y en tono más furioso “…tengo
que perdonarte pero debería odiarte”, ya gritando…, la cámara vuelve a Matt
que se acerca a ella: “vale, vale, ya
está, de verdad anda creo que ya basta, ¿de acuerdo?, ya está, gracias July…”
y la acompaña a la puerta, el espectador termina la escena (en contenido
dramática) con una sonrisa en la boca. Una escena como la hubiera rodado LeoMcCarey, un director que hay que recuperar ya y que recomiendo al que no lo
conozca, de Leo McCarey dijeron algunos de los mejores directores de la
historia del cine:
o “Ese
tipo, McCarey, es el mejor”. Ernst Lubitsch.
o “El
primero entre nosotros”. John Ford.
o “Nadie
conoce los gustos del público mejor que Leo”. Jean Renoir.
o “Mr.
McCarey, sobre todo Mr. McCarey”. George Cukor.
o “El
mejor director que he conocido se llamaba Leo McCarey”. Howard Hawks
La
narración se acompaña con una banda sonora relajante de raíces autóctonas (de
las islas Hawái) que también ayuda a rebajar la tensión de la historia, a
conferirle el tono y el ritmo que ha elegido su director, Alexander Payne en
estado de gracia.
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