"War Horse", la última película de Steven Spielberg cuenta la historia de un caballo,
Joey, desde su nacimiento hasta su participación en la Primera Guerra Mundial.
Sus
146 minutos pasan en un suspiro. La película nos atrapa desde la emoción, algo
que no abunda en el cine actual más preocupado por la acción, basta con echar
un vistazo a las películas más taquilleras y podemos ver claramente que las
grandes producciones apuestan por la acción frenética y los efectos especiales
cada vez más espectaculares.
Así
pues, Spielberg apuesta por volver a un cine donde los personajes se mueven por
emociones, donde los principios son importantes y vertebran las acciones de las
personas. Seguramente se le acusará, como ya se ha hecho en otras ocasiones, de
sentimentalismo fácil o directamente de “moñas”, pero los amantes del cine, sin
duda, estarán agradecidos de poder ver una historia bien contada, bien rodada y
que, además, despierta emociones en el espectador.
Spielberg
utiliza, en esta película, todos los recursos del lenguaje cinematográfico
clásico; desde la composición de los planos, su duración, la cámara casi
invisible en las escenas de diálogos, la banda sonora muy cinematográfica, de John Williams, que
acompaña la acción en cada momento, o la fotografía, de Janusz Kaminski, en tres calidades
completamente diferentes pero adaptadas a la historia.
Espero
que nadie dude, a estas alturas, de que Spielberg es un creador de imágenes de
una fuerza extraordinaria y tampoco se puede dudar de su capacidad para narrar
una historia de la mejor manera posible. Tiene,
además, Spielberg una habilidad extraordinaria para planificar escenas con gran
número de extras y recursos, para llenar la pantalla alargada de una forma que
nadie consigue en el cine actual. La pantalla alargada, es un formato
antiestético "per se" y si no, sólo hay que ver los formatos que han utilizado, a
lo largo de la historia, los grandes pintores; salvo para grandes cuadros
históricos, nunca han utilizado la proporción de medidas que utiliza el cine (la excepción sería "La última cena" de Leonardo da Vinci, un mural pintado en el refectorio de los monjes dominicos de Santa María delle Grazie, en Milan. Fritz Lang decía que el cinemascope sólo servía para funerales y serpientes. La
razón es muy sencilla, es muy difícil de componer, hay que ser un auténtico
maestro; un primer plano es una aventura puesto que tienes que meter algo a los
lados aunque no quieras, todos los planos tienen que estar medidos a la
perfección para que no haya vacíos que estropeen la composición y además es
mucho más complicado dirigir la mirada del espectador al sitio adecuado, se
requiere la utilización de todos los recursos incluido, por supuesto, el manejo
del color.
Spielberg
lo hace a la perfección y lo podemos ver en cada plano; por ejemplo, si un
coche entra por la parte izquierda de la composición, vemos a dos hombres que
se acercan desde la derecha a su encuentro dando, de esta manera, coherencia y
armonía al plano y el espectador siente, aunque no sea consciente de ello, que
todo está en su sitio.
Como
en todas las películas de Spielberg hay escenas memorables y rodadas como sólo
las puede rodar un genio. Voy a poner unos pocos ejemplos: el fusilamiento de
los dos jóvenes soldados alemanes lo vemos en un picado, con la cámara alejada
y montada detrás de las aspas del molino, de tal manera que cuando se producen
los disparos del piquete de ejecución, las aspas tapan fugazmente la imagen y
vemos a los soldados ya caídos en el suelo, una escena que es una obra maestra
en sí misma. La carga de la caballería desde que aparecen casi ocultos por ese
estupendo tapiz de vegetación amarilla hasta que los alemanes ven como avanzan
hacia ellos y el resto de la escena es una auténtica maravilla y más teniendo
en cuenta que hay que mover a 150 caballos (de verdad, no digitales) y a 250
extras (de verdad, no digitales). La galopada del caballo en el campo de batalla
con las alambradas de púas es otra de las imágenes para la memoria, no se puede
rodar mejor. Y para no alargarme, porque hay muchas, la última secuencia, la de
la vuelta a casa del joven protagonista con el caballo es puro Ford.
Hay
muchas cosas de Ford en la película. Las escenas de la granja en las que
aparece la oca persiguiendo a los personajes es Ford; en cualquier momento podría
surgir el John Wayne de “Un hombre tranquilo”, y como he dicho la última escena
de padre, madre, hijo y caballo la podía haber firmado el Ford de “Centauros del desierto” o de cualquiera de las películas de su trilogía sobre la
caballería.
También
tiene, la película, la intención de no recrearse en los momentos de clímax, y
eso es de Hawks, esos momentos están resueltos con rapidez y sin regodearse en
el sentimentalismo. Por ejemplo cuando la niña francesa y su abuelo ven cómo
los alemanes se llevan a los caballos, o cuando el soldado inglés y el soldado
alemán liberan al caballo de las alambradas, o cuando vemos al protagonista en
el hospital después del ataque con gases, o cuando el abuelo de la niña
francesa le dice con resignación al protagonista que la niña ha muerto: “La
guerra se lo quita todo a todo el mundo”.
Spielberg
ha integrado en esta película todo el cine de los mejores directores clásicos,
puede ser que como homenaje o puede ser que se diera cuenta de que había muchas
maneras de hacer esta película pero en realidad sólo había una.
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