Una
estrella de cine de Hollywood, Johnny Marco (Stephen Dorff), divorciado y padre
de una hija de 11 años que vive con su madre, se hospeda en el mítico Chateau Marmont. Johnny Marco pasa los días entre fiestas desangeladas, alcohol y sexo, sin conseguir quitarse de encima la sensación de vacío y falta de interés hacia nada de lo que pasa a su alrededor. Durante unos días recibe la visita de su
hija, Cleo (Elle Fanning) y tras su marcha, Johnny tomará verdadera conciencia
de su vida sin sentido.
Sofía Coppola nos plantea en “Somewhere”, exactamente la misma situación que ya nos
planteaba en “Lost in translation”. Ambos protagonistas son triunfadores, estrellas
mediáticas a los que su vida no satisface. Ambos cumplen disciplinadamente con
sus obligaciones como estrellas: ruedas de prensa, sesiones fotográficas,
promociones, programas de televisión, galas de entrega de premios, etc. A los
dos los vemos en las mismas situaciones: en el baño, en la piscina, en la cama,
en la ducha. Hasta tal punto repite la directora los episodios que al ver “Somewhere”
es imposible no recordar a Bill Murray haciendo las mismas cosas que Stephen
Dorff y con el mismo desinterés.
Ahora
bien, “Lost in translation” es una película que me encanta y “Somewhere” no me
dice nada. ¿Cuál es la diferencia?
Sofía
Coppola ha cogido la misma historia y le ha dado una vuelta más en su
planteamiento, ha pretendido ser más radical que en la anterior. Ha despojado a
la historia de una serie de elementos para plantear una puesta en escena mucho
más arriesgada y en este intento es donde se equivoca la directora.
Todo
lo que hace de “Lost in translation” una magnífica y sensible película, ha
desaparecido en “Somewhere”. La directora intenta ser más sutil y consigue lo
contrario. Sofía Coppola toma una serie de decisiones de puesta en escena que
pretenden concentrar el mensaje para el espectador prescindiendo de todo lo que
cree que puede distraer o desviar la atención. Es difícil de explicar pero
intentaré poner algunos ejemplos.
En
“Lost in translation”, tenemos el mismo personaje y se pretende transmitir el
mismo sentimiento pero hay otras cosas, muchas y muy buenas que hacen crecer la
película, como por ejemplo el bar, ese magnífico bar con música en directo y
esa estupenda barra, un bar muy cinematográfico, muy bien fotografiado y donde
los personajes se citan para compartir soledades. Tenemos también el humor; las
absurdas sesiones fotográficas, los ridículos y horteras programas de
televisión, el episodio de la dama de compañía que le mandan a Bill Murray a su
habitación, las escenas en el ascensor, etc., son gotas de humor que puntean el
relato sin adulterar en absoluto el mensaje.
Las
llamadas de la esposa del protagonista son magníficas, preocupada ella con el
color de la moqueta hasta el punto de que le manda muestras de colores a Tokio
para que elija.
También
está Japón en la película, sus gentes, sus costumbres y el agobio de una ciudad
superpoblada.
Tenemos
también una historia de amor con un final maravilloso y unos estupendos
diálogos.
Y
además de todo lo dicho, en “Lost in translation” está presente un lenguaje
cinematográfico muy rico: diferentes tipos de planos con una duración muy
medida, composiciones ajustadas, es decir una puesta en escena muy consecuente
con lo que se pretende.
Todo
esto, y más, desaparece en “Somewhere”. No hay humor, ni historia de amor, ni
decorados cinematográficos, ni encuentros, ni desencuentros, ni historia que
contar. Sofía Coppola ha convertido “Somewhere” en un documental. El relato,
por decir algo, es lineal hasta la exasperación y las secuencias se suceden sin
aportar absolutamente nada al desarrollo emocional de los personajes. Los días
que Cleo pasa con su padre transcurren sin más historia; los vemos ir a
comprar, cocinar, bañarse en la piscina, jugar a ping pong, vemos que se les
estropea el coche y llaman a una grúa, juegan a la consola, acuden a una
entrega de premios, etc.
La
directora intenta que el mensaje cale en el espectador con una puesta en escena
de documental y alargando la duración de los planos con el fin de que acabemos
inmersos en la apatía del protagonista. Conmigo funcionó, me entró la apatía
pero no por el protagonista, que no llegó a interesarme en ningún momento, sino
por la película.
Voy
a poner un ejemplo de lo que yo creo que no funciona en esta película. En “Lost
in translation”, Bill Murray llega a ese estupendo hotel de Tokio y, ya en su
habitación, hay un plano con nuestro protagonista vestido con una bata corta y
las pantuflas del hotel, está sentado en la cama con los hombros caídos y mira
a cámara con cara de nada. El plano dura 8 segundos y ya sabemos el estado de
ánimo del protagonista, no hace falta insistir más, el cine ha hecho su
aparición milagrosamente, una cara inexpresiva ha conseguido transmitir una
emoción muy específica.
En
“Somewhere”, vemos entrar a Stephen Dorff en su apartamento, se sienta en el
sofá con una cerveza y un cigarrillo y la realizadora compone un plano fijo del
protagonista que dura ¡dos minutos!
La
duración de cada plano en una película es algo muy delicado y es una opción de
realización que nunca es casual, se puede rodar un plano de dos minutos y luego
cortarlo en el montaje y dejar la duración que se quiera, por tanto, en esta
ocasión hay una intención y yo creo que no funciona.
Sin
embargo cuando a Johnny Marco le tienen que hacer un molde de su cabeza y para
ello le cubren toda la cabeza con una especie de escayola y sólo le dejan dos
orificios en la nariz para respirar, en esta ocasión la directora mantiene un
plano medio sobre la cabeza, la cámara se va acercando casi de forma
imperceptible sin perder el eje del plano que se alarga al medio minuto
mientras únicamente oímos la respiración de Johnny; el plano está medido y su
duración (medio minuto, que en cine ya es mucho) consigue que el espectador
sienta una especie de agobio, de claustrofobia y, esta vez, funciona.
Sofía
Coppola ha elegido caminar por el sendero de lo simbólico y, posiblemente,
consciente de su fama de directora sensible y sutil ha pretendido mostrar sin
decir, utilizar planos, imágenes y símbolos que el espectador debe descifrar.
De esta manera el Ferrari negro que conduce el protagonista es a la vez el
símbolo de su status de estrella, pero también de la jaula de oro en la que
está atrapado. Un coche con el que no sabe a dónde ir y que se estropea como se
ha estropeado su muñeca, símbolos de una vida que se rompe. De hecho al final,
se nos muestra cómo Johnny abandona su Ferrari (su vida, su estatus) y parte,
caminando, ya sin la escayola que le aprisiona la muñeca y sin el coche que lo
sujeta a su vida circular.
Ahora
bien, esta simbología es demasiado obvia y por si fuera poco hay dos elementos
que contradicen todo el discurso simbólico; por un lado, el protagonista recibe
mensajes anónimos en su móvil que le dicen que es un mierda, y por otra parte
en un momento determinado llama a su mujer para decirle entre sollozos que “no es nada”. Así pues, todo el esfuerzo
por mostrar y no decir, por dejar implícito el mensaje acaba de la manera más
explícita posible.
Creo
que “Somewhere” tiene muchas cosas buenas; el inicio con el Ferrari dando
vueltas sin llegar a ninguna parte, toda la parte en que interviene Elle
Fanning, (maravillosa), está muy bien, y el afán de Sofía Coppola por
investigar planteamientos cinematográficos más allá de lo trillado es de
agradecer, pero cuando se hacen estas cosas se corren estos riesgos y Sofía
Coppola todavía no es Ingmar Bergman para meterse en estos barros..., por mucho
León de Oro que le dieran en Venecia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario