Lars von Trier, el niño
mimado de la crítica y de los festivales de cine europeos, galardonado en
Cannes hasta en tres ocasiones por: “Rompiendo las olas”, “Bailando en la oscuridad” y “Europa”, fue declarado “persona non grata” en el último festival
de Cannes y expulsado del mismo, a causa de unos comentarios de sesgo pro-nazi,
realizados en rueda de prensa.
Aludo a este episodio
porque tiene que ver con algo que comentaré sobre la última película de este
cineasta polémico, su aclamada y denostada al mismo tiempo, “Melancolía”.
Voy a decir ya, de
entrada, que “Melancolía” me parece una gran película y lo que me irrita es que
podría haber sido una obra maestra y no lo es.
El
tema
Ya he comentado en
otras entradas del blog que lo primero que me pregunto al ver una película es: ¿Cuál es el tema? A veces está claro, a veces no. Cuando no está claro,
sospecho.
Se han escrito muchas
tonterías sobre el tema de la película. Muchas de estas tonterías se han
escrito por pretender ir más allá de lo que vemos, por un afán de ser más listo
o parecer más informado o aparentar que se está en posesión de claves que los
simples mortales no tenemos. Se habla de que el tema son las relaciones
establecidas, entre un grupo de personas en los últimos momentos de su vida, amenazados por la destrucción del planeta debido a una colisión con otro
planeta, como una especie de alegoría de las relaciones humanas; se dice que el
tema es el fin del mundo; el egoísmo del ser humano; la banalidad de la
sociedad moderna, en fin, cada uno la suelta como le viene y se queda tan a
gusto.
En realidad el tema es
la melancolía. Si así de fácil, Lars von Trier nos da el tema en el título, no
hay que buscar más.
La melancolía es un
estado de ánimo que se conoce desde la antigüedad y que Hipócrates reconoce
como enfermedad en el siglo IV a. C., Hipócrates la define de la siguiente
manera: “Si el miedo y la tristeza se
prolongan, es melancolía”. Hoy en día le llamamos depresión. Me gusta más
melancolía.
Si alguien tiene alguna
duda de que la melancolía es el tema, basta con ver la imagen con que se abre
la película, el rostro de Kirsten Dunst, en primer plano, con los ojos caídos,
la mirada perdida, la tez macilenta y el pelo descuidado mientras caen del
cielo pájaros muertos y comienza a sonar la obertura de "Tristán e Isolda" de Richard Wagner.
La película empieza con
una obertura, como en las óperas, y como en las óperas, esta obertura nos
anticipa, con ligeras variaciones, todo lo que vamos a ver en las siguientes
dos horas.
Durante ocho minutos asistimos
a una danza de imágenes, a cámara super lenta, que desfilan por la pantalla al
ritmo de la obertura de Tristan e Isolda, de Wagner. La perfecta conjunción de
esa música en concreto con las poderosas y bellísimas imágenes consigue situar
emocionalmente al espectador en el lugar que pretende el realizador.
En esta obertura, el
director, toma como referencias, entre otras, la pintura flamenca (de hecho una
de las primeras imágenes es la pintura “Cazadores en la nieve” de Pieter Bruegel),
la pintura de los prerrafaelitas, (muy obvia la referencia a la Ofelia de John Everett Millais), y la música de Wagner. Todos estos motivos volverán a puntear
la película en diferentes momentos haciendo que el espectador conecte estas
puntuaciones temáticas con el inicio y por tanto con el mensaje de la cinta: la
melancolía, en forma de planeta, se apodera de nuestras vidas. Este tipo de
evocaciones que el guión hace volviendo
a la obertura las podemos ver cuando Justine cambia los libros que muestran
ilustraciones de pinturas por otros que se adecúan mucho mejor a su estado de
ánimo o los punteos musicales que tachonan todo el metraje, las imágenes de
Justine huyendo de la boda una y otra vez pero volviendo después, o sus
familiares y amigos presionándola para que sea feliz y de paso no sean
incomodados por su malestar. Este tipo de estructura narrativa demuestra una
inteligencia extraordinaria por parte del autor que sabe aprovechar un aspecto
de la ópera poco utilizado en el cine.
Esta obertura es capaz
de transmitir el sentimiento de la melancolía con una fuerza que pocas veces
hemos visto en cine. El que haya tenido su dosis de melancolía, en algún
momento de su vida, sabrá de lo que estoy hablando: la sensación de que avanzas
a cámara lenta mientras tus pies se hunden en el suelo, la sensación de que no puedes
correr porque hay fuerzas oscuras que tiran de ti, la irritación que sientes
porque todo el mundo, a tu alrededor, te dice que tienes la obligación de ser
feliz, la sensación de que el tiempo no avanza, las imágenes oscuras del
caballo cayendo desplomado y sobre todo la melancolía que se acerca y te abraza,
te cubre, que lo envuelve todo, que lo torna todo en negrura y que explota
sobre ti, exactamente como hace el planeta del mismo nombre en la película.
Todo eso, y más, transmite la película, en apenas ocho minutos.
La obertura es una obra
maestra por sí sola. Sólo por la obertura y el final merece la pena la
película.
Os pongo el clip de la
obertura al final del post.
Me
duele Lars von Trier
Lars von Trier es un
cineasta que me produce una gran irritación pero por diferentes motivos que
Terrence Malick.
Estoy convencido de que
el director danés es un narcisista presuntuoso siempre preocupado por demostrar
su genialidad en cada película, en cada plano, y, en cada declaración,
entrevista o rueda de prensa, y éste es uno de los motivos por los que todavía no
ha hecho una obra maestra y por lo que ahora es “persona non grata” en Cannes.
Necesita una buena
dosis de humildad. Yo le recomendaría que se olvidase una temporada de Orson Welles, Dreyer y Andrei Tarskovsky que, según dice, son sus inspiraciones, y
revisara la obra de John Ford y Howard Hawks maestros de la llamada “puesta en
escena invisible”, aquélla en que la cámara no se nota, donde las cosas pasan
delante de la cámara que únicamente las recoge desde el mejor sitio posible, porque
una de las cosas que no soporto de Lars von Trier es el trajín que se lleva con
la cámara en mano. Una cámara que tiembla, se mueve sin ningún tipo de pudor, una
cámara que corrige los planos, hace correcciones sobre las correcciones de los planos
y termina siendo tan molesta que acaba uno queriendo apartar la vista de la
pantalla para descansar. Y os prometo que no consigo ver ninguna ventaja en
este tipo de puesta en escena. Entiendo que la intención es que veamos a los personajes como si el espectador fuese un invitado más y por lo tanto la cámara son sus ojos, y efectivamente cuando miramos pasamos de un plano a otro, corregimos, etc., pero lo que olvida Lars von Trier es que cuando hacemos eso en la vida real, el cerebro guía nuestra mirada por decisión propia o por estímulos exteriores, el director parece olvidar que no siempre funciona este tipo de punto de vista. Si lo que pretende es que seamos partícipes de las situaciones hay otro tipo de puesta en escena que también lo consigue y con más elegancia y eficacia, como por ejemplo cuando John Ford rueda una cena en familia, o un baile de oficiales, creemos que estamos allí precisamente porque la cámara no se mueve y por tanto no muestra el artificio como ocurre aquí. Las escenas de la boda que podrían haber sido
una maravilla, acaban irritando y lo que es peor te sacan de la película todo
el rato, se requiere un esfuerzo, y no pequeño, por parte del espectador para
seguir prestando atención a lo que ocurre.
El día que Lars von
Trier deje de ser el protagonista de sus películas, su extraordinario talento
nos dará una obra maestra del cine. Ojalá sea así, que así sea.
Los
personajes
Los personajes de la
película están caracterizados de manera excelente, con muy poca información
tenemos claro que la madre es una señora amargada y resentida con todos y con
el mundo, que el jefe es un egoísta odioso, sabemos cómo es el padre, cómo es
Claire y por supuesto cómo es Justine, en fin, incluso sabemos cómo es ese
magnífico organizador de la boda que interpreta de forma impecable Udo Kier.
Todos ellos son presentados en el transcurso de la boda, de forma admirable.
Ahora bien, si hay
alguien que destaca en esta galería de personajes es Justine. Lars von Trier
escribió el guión de la película pensando en Penélope Cruz que estaba de
acuerdo en hacer la película. Después, por un problema de fechas con “Piratas del Caribe 4”, Penélope dejó el proyecto. Un grave error de los muchos que ha
cometido la actriz española al elegir las películas en que interviene. Si fue
un consejo de su representante debería despedirlo y si fue cosa suya, debería
hacer caso a su representante.
Sea como sea, el papel
recae en Kirsten Dunst que está magnífica y fue premiada en Cannes. Su
representación de la depresión, incluso de la desesperación es extraordinaria,
y debo confesar que inesperada. Cualquiera que vea la escena en que Claire
intenta que Justine tome un baño o esa otra maravillosa junto al río dejándose
envolver por la melancolía o navegando por ella como la Ofelia de John Everett
Millais, se dará cuenta de la valentía de la actriz para afrontar un personaje
muy difícil, con una cantidad abrumadora de primeros planos que sostiene a la
perfección y con una representación de las emociones muy sutil. La actriz es
capaz de transmitirnos el tedio, la desesperación, la depresión más absoluta,
el hastío más existencial y sobre todo la melancolía más extrema con una
verosimilitud que no tengo claro que hubiera logrado Penélope Cruz.
Para terminar, es de
justicia reconocer que todos los actores y actrices están maravillosos desde el
sorprendente Kiefer Sutherland o la estupenda Charlotte Gainsbourg, hasta el
magnífico John Hurt y la sensacional Charlotte Rampling; todos ellos dotan a
sus personajes de una piel que no es un estereotipo, una presencia que es
verdadera y que los espectadores agradecemos, en algún pequeño respiro que el
mareo de la maldita cámara en mano nos permite.
Ya tengo ganas de verla! Entonces te diré qué me ha parecido, Lars Von Trier me da un poquico de miedo.
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