“La noche del cazador”
es la primera y última película que dirigió Charles Laughton, (1899-1962), actor
inglés de cine y teatro que se nacionalizó estadounidense en 1950.
La película fue un
rotundo fracaso de crítica y público lo que supuso un duro golpe para Laughton
que no volvió a dirigir más películas a pesar de tener en marcha otro proyecto
para una versión cinematográfica de “Los desnudos y los muertos” de Norman Mailer.
Hoy está considerada como
una obra maestra del cine y se incluye, en todas las listas, entre las mejores
películas de la historia del cine. Se han escrito libros enteros sobre ella, se
ha estudiado incluso plano a plano y se han realizado infinidad de comentarios
y críticas lo que supone que se ha dicho prácticamente todo sobre ella; se ha
convertido en lo que llamamos una película de culto, de esas que los amantes
del cine, entre los que me incluyo, decimos que hay que ver “de rodillas”.
Sinopsis
En la Norteamérica de
la gran depresión, Ben Harper, casado con Willa y padre de dos hijos pequeños, John
y Pearl, agobiado por la situación económica comete un atraco en el que mueren
dos personas. Perseguido por la policía, tiene tiempo de llegar a su casa y
esconder los 10.000 dólares del atraco y les hace prometer que no se lo dirán a
nadie (ni siquiera a su madre) y guardarán el dinero hasta que sean mayores y
lo necesiten.
Apresado y condenado a
muerte, mientras espera la ejecución de la sentencia, Ben Harper comparte celda
con Harry Powell, un predicador que esconde, bajo su apariencia de hombre
religioso, un despiadado asesino en serie y que ha sido detenido por robar un
coche.
Harry Powell oye a Ben
Harper hablar en sueños sobre el dinero del atraco e intenta sonsacarle el
escondite pero lo único que consigue es saber que el dinero está escondido en
su casa.
Ben Harper es
ajusticiado y Harry Powell, cumplida su condena, es puesto en libertad y se
dirige hacia la localidad donde vive Willa y sus dos hijos.
El predicador se las
ingenia para seducir a Willa y casarse con ella para conseguir el dinero y tras
darse cuenta de que Willa no sabe nada del dinero y que los que conocen su paradero
son los niños, mata a Willa y acosa a los dos niños para hacerse con el botín.
Una
rareza entre las rarezas
La película está basada
en el libro del mismo título que escribió Davis Grubb y que fue un auténtico
best-seller de la época. El libro es magnífico y en él ya están recogidos
muchos de los hallazgos de la película.
James Agee, escritor,
guionista y crítico de cine con un extraordinario talento literario y que ganó
un premio Pulitzer, escribió el guión de la película cuando su salud ya estaba
muy deteriorada debido a su alcoholismo autodestructivo (moriría en agosto de
1955, antes del estreno de la película) y el manuscrito que le entregó a
Laughton tenía más páginas que el libro que tenía que adaptar y estaba lleno de
descripciones imposibles de filmar, monólogos interiores e indicaciones que
remitían a insertos de viejos noticiarios cinematográficos por lo que Laugton tuvo
que rehacerlo para que pudiera ser manejable aunque no quiso figurar en los
créditos.
El tema de la película
es la lucha entre el Bien y el Mal. Nada nuevo, es un tema que el cine ha
tratado hasta la saciedad antes y después de esta película. Pero a diferencia
de la mayoría de las películas actuales que nos presentan esa lucha entre el
Bien y el Mal como si los espectadores tuviéramos algún tipo de minusvalía
psíquica, “La noche del cazador” es capaz de producir una sensación de
autenticidad, tanto de la encarnación del Bien como en la encarnación del Mal,
y presentarla de una forma adulta envuelta como un cuento infantil. Cómo lo
consigue ya es otra cuestión y nada fácil de explicar. Seguramente el resultado
es fruto de una serie de factores entre los que podemos citar a los actores, el
guión, la fotografía, la música, el clima, etc., es decir de la puesta en
escena de la que hablaremos más adelante.
La película es, a la
vez, una fábula gótica, un cuento de hadas, un cuento infantil con un ogro / lobo
feroz / vampiro, que persigue a unos niños y un hada madrina que los acoge y
protege, es Hansel y Gretel, Caperucita Roja, Juan sin Miedo, y tantos otros,
pero también es una pesadilla expresionista; en fin una mezcla entre los
terribles cuentos que nos contaban antes de dormir, cuentos sangrientos y
crueles donde los monstruos, los ogros, el coco, las brujas, el Mal en
definitiva nos perseguía y no podíamos esquivar por mucho que corriéramos, y
una fábula onírica, un sueño infantil donde se concretan los peores temores de
un niño.
También es una película
que utiliza un gran número de simbolismos; sexuales como ocurre con la navaja
del predicador que actúa en muchas ocasiones como un sustituto fálico, la tela
de araña que aparece y los animales que aparecen en primer plano en la
secuencia de la huida de los dos niños por el río, las sombras, las arquitecturas
de interiores que asemejan capillas, la luz utilizada como la utilizaba Carl Theodor Dreyer,
etc.
También es una película
realista que retrata la América de Mark Twain, también la América de la gran
depresión, del hambre, como podemos ver en la escena en que los niños piden
alimento en una casa de la ribera del río y obtienen una patata que comen con
fruición.
En 1955 el cine
americano estaba en guerra con la televisión que muchos pensaban que acabaría
con el propio cine y por tanto la industria cinematográfica intentaba luchar
contra la televisión con pantallas cada vez más grandes, con el cinemascope,
con el color y con películas grandes: con un gran reparto repleto de grandes
estrellas, con muchos extras, con batallas épicas, con grandes escenarios,
etc., y en este contexto aparece Charles Laughton con una película pequeña, en blanco
y negro con unos protagonistas inusuales y una mezcla de simbolismo,
expresionismo alemán, cine nórdico y realismo americano, algo completamente
nuevo en Estados Unidos y que nadie entendió.
La
puesta en escena
Lo primero que tenemos
que aclarar es el propio concepto de “puesta en escena”. Este término lo
podemos ver en multitud de escritos y críticas cinematográficas y en la mayoría
de ellas se utiliza de forma indiscriminada y con acepciones que no son las que
se corresponden con lo que yo entiendo por puesta en escena.
Yo creo que la puesta
en escena no es otra cosa que la manera de contar un suceso que adopta un realizador.
Así pues, en función de las decisiones que tome el director, la película
transmitirá unos u otros valores, emociones o experiencias estéticas. No es,
pues, un término que aluda exclusivamente al aspecto formal: tipo de plano,
duración del mismo, encuadre o composición del plano, es mucho más. Voy a
tratar de explicarlo con un ejemplo.
“La noche del cazador”,
después de una introducción a lo Frank Capra con un cielo estrellado en el que
aparecen unos niños y Lillian Gish hablando a los niños y recitando pasajes
bíblicos, una introducción que termina con Lillian Gish leyendo: “desconfiad de los falsos profetas que se
cubren con pieles de cordero pero que en su interior son fieros como lobos, por
sus frutos los conoceréis”. Sobre esta lectura, el plano de Lillian Gish
funde a un plano aéreo sobre un río y un paisaje rural, los planos van siendo
cada vez más cortos encuadrando a unos niños que juegan al escondite al lado de
una casa; en el siguiente plano uno de los niños al intentar esconderse en el
sótano de la vivienda descubre algo que lo deja paralizado, al ver que no se
esconde el niño que tiene que buscarlo se acerca y le pregunta: ¿Qué ocurre?,
el primer niño señala hacia el interior y la cámara se acerca desde detrás de
los niños para mostrarnos unas piernas de mujer en una posición antinatural que
nos dice claramente que se ha cometido un asesinato, la música enfatiza el
hallazgo y la cámara retrocede mientras escuchamos otra vez la voz de Lillian
Gish: “un árbol bueno no puede dar malos
frutos ni tampoco un árbol corrompido puede dar buenos frutos, recordad que por
sus frutos los conoceréis”; mientras habla, otro fundido que nos enseña
desde una perspectiva aérea que se va acercando, como la anterior, un coche que
conduce una figura vestida de negro; es Harry Powell, el predicador que acaba
de asesinar a su última víctima, la cámara lo coge desde un lado y asistimos a
una conversación del predicador con Dios.
Se trata, pues, de
presentar un asesinato de una mujer a manos de un asesino despiadado y esto
mismo se puede hacer de muchas maneras distintas: podemos empezar mostrando el
asesinato, las puñaladas, la sangre, los gritos, se puede hacer con la cámara
en mano, con planos cortos, con montaje rápido; y después podríamos asistir a
una persecución persecución policial al límite, por ejemplo. Esta puesta en
escena transmitirá al espectador una serie de sensaciones y emociones
completamente diferentes a las que nos transmite Laughton y acabaría siendo
otra película. Un ejercicio curioso podría ser intentar adivinar cómo lo
hubiera rodado Tony Scott, o Spielberg, o Scorsese o cualquier otro. El
argumento hubiera sido el mismo, los hechos hubieran sido los mismos pero la
película hubiera sido otra. Laughton toma unas decisiones, para presentar los
hechos de una manera determinada, que están en función de lo que quiere
transmitir al espectador.
Bueno, pues después de
este rollo, hay que decir que la puesta en escena de la película es lo que le
otorga lo que podemos llamar estilo, algo que hoy en día apenas podemos ver, y
no existe porque la puesta en escena es descuidada o no está al servicio de un
objetivo concreto o simplemente no hay una puesta en escena.
“La noche del cazador”
es una película que tiene estilo, algo que echamos de menos en gran parte del
cine actual.
Todo, en la película,
tiene un objetivo, nada es casual, cada plano, cada apunte musical, cada
fotografía, cada gesto, cada encuadre, todo tiene una razón de ser que podemos
descubrir con facilidad. La película es una magnífica lección de cine y
personalmente he aprendido más sobre el cine con esta película que con todos
los estudios de sesudos teóricos del cine. Vamos a poner otro ejemplo:
La película comienza
con los créditos sobre fondo negro y con unos acordes ominosos de la banda
sonora de Walter Schumann del estilo Chan chan, chan chan, que una vez que
aparecen los nombres de los dos principales protagonistas, Robert Mitchum y
Shelley Winters seguidos del título de la película, continúa con una ¡nana!,
efectivamente un coro de voces canta una nana que comienza: “Sueña, sueña mi pequeño, sueña aunque el
cazador en la noche llene tu corazón infantil con temor…”, el tipo de nana
que todos hemos oído: “duerme, duerme mi
niño que si no el coco te comerá”, que manda narices las nanas y los
cuentos que nos endosaban justo antes de dormir.
De esta manera, desde
los títulos de crédito, Laughton consigue crear un determinado clima entre
cuento de horror y pesadilla que no nos abandonará ya en toda la película.
El trabajo de Laughton
está muy pensado, minuciosamente planificado, cada plano y contraplano tiene un
sentido determinado, por ejemplo los planos-contraplanos entre los niños y el
predicador son picados y contrapicados en función del que habla en cada momento
y por tanto vemos al personaje que habla desde el punto de vista del otro,
desde los ojos del otro.
Laughton opta por la
elipsis cuando se trata de asesinatos: no vemos el primer asesinato, no vemos
la muerte de Willa, ni siquiera vemos la herida del predicador cuando le
dispara Rachel Cooper al final de la película. En el primer caso vemos únicamente
las piernas de la víctima y en el caso de Willa el momento previo al asesinato
y el maravilloso plano posterior de Willa sumergida en el río con el pelo ondulante
que se confunde con las algas flotantes que la acompañan, un plano antológico.
Mención aparte merece
toda la parte de la huida en barca por el río de los dos niños, una secuencia
ya mítica. La barca se desliza, de noche, por el río que atraviesa un bosque,
un bosque animado en el que vemos a los animales en primer plano sobre el
recorrido de los dos niños que son perseguidos por tierra por el ogro. Volvemos
al territorio de las pesadillas infantiles en las que aunque no dejes de correr
parece que el perseguidor te va a coger de un momento a otro.
Todo esto lo filma
Laughton contando con la fotografía de Stanley Cortez, un fotógrafo que había
trabajado con Orson Welles en “El cuarto mandamiento” y que es capaz de aportar
a la película ese aire expresionista europeo que tiene. La mezcla de fotografía
realista, el uso de la luz que inició Griffith, la utilización de la fotografía
expresionista alemana del mejor Murnau y el empleo metafísico de la luz en la
onda de los nórdicos, sobre todo Dreyer, constituyen otro hallazgo, uno más, de
la película.
Robert
Mitchum
Laughton llamó a
Mitchum por teléfono:
-
Bob,
tenemos una historia que esperamos poder convertir en una modesta película, y
me gustaría mucho hablar contigo sobre el papel principal. El personaje es algo
distinto, un tipo terrible, diabólico…, una basura.
-
Presente
-le respondió Mitchum-.
Robert Mitchum es uno
de mis actores favoritos, debo reconocerlo, pero no creo pecar de parcialidad
al decir que la interpretación que hace de Harry Powell, muy alejada de sus
registros anteriores y posteriores, es una de las mejores, si no la mejor,
recreación de un serial killer que se ha hecho en el cine.
Mitchum aporta a su
personaje una teatralidad intencionada, un humor cínico y una presencia que nos
hacen pensar que es el propio Satanás como insinúa el niño cuando, al verlo
recortado sobre el horizonte nocturno y cantando una canción, dice: “este hombre no duerme nunca”; claro, ya
nos decían cuando éramos niños que el diablo nunca duerme. Un demonio que lleva tatuado en ambas manos AMOR y ODIO, una imagen inolvidable y copiada en infinidad de ocasiones.
El plano de Shelley
Winters (se hizo con una figura de cera), muerta y sumergida en el río se funde
con el de Mitchum apoyado en un árbol y mirando la casa donde están los dos
niños, esa presencia sólo la puede dar un actor como Robert Mitchum. A nadie se
le ocurre hoy en día comparar a ningún actor con Robert Mitchum como tampoco se
hace con Humphrey Bogart. Podemos oír eso de, fulanito es el nuevo Robert Redford, o el nuevo Cary Grant, etc., pero no hay un nuevo Robert Mitchum ni lo
habrá, como no hay un nuevo Humphrey Bogart. Eran actores que tenían una
presencia en pantalla tan poderosa que era imposible dejar de mirarlos cuando
aparecían en el encuadre.
Mitchum aporta matices
al predicador que no estaban en el guión y que no aparecen en el libro, de tal
manera que lo hacen creíble siempre al borde del esperpento. En la celda dice
su diálogo con Ben Harper asomando la cabeza desde la litera superior, ¡cabeza
abajo! Cuando persigue a los niños en el sótano es la encarnación de Drácula o
de Frankenstein, su potente voz (por favor en versión original) cantando
canciones religiosas (canta muy bien) asusta casi tanto como cuando llama “Niiii...ños”
o cuando grita herido.
Y ¡cómo se mueve! ¡Cómo
anda!, ningún actor se mueve o anda como Robert Mitchum.
Lillian
Gish
En la fase de preparación
de la película Laughton llevó a Stanley Cortez al MOMA para ver todas las
películas de Griffith y en estas sesiones descubrió a Lillian Gish.
La estrella del cine
mudo compone una Rachel Cooper impecable, su imagen, de noche, en el porche,
sentada en la mecedora con la escopeta en sus manos y al fondo el predicador en
el jardín es una de las imágenes imborrables del cine.
Su papel de hada
madrina protectora de los niños, de mamá ganso (sólo hay que verla andar por
las calles con los niños detrás) representa el Bien que lucha contra el Mal
encarnado por Mitchum.
La
recepción de la película
Por lo que he ido
comentando ya podéis entender que la recepción de la película fue un desastre.
Los distribuidores no sabían qué hacer con una película de estas
características y no la quisieron, el público no la entendió y los críticos norteamericanos
no supieron ver la obra maestra que se les presentaba.
Se trata de uno más de
muchos errores que la crítica ha cometido con algunas películas. En Estados
Unidos fueron implacables y sólo en Europa, algunos críticos, sobre todo un
François Truffaut de apenas 24 años intuyó que lo que estaba viendo era algo
nuevo, algo hermoso, una obra de arte, y aunque dijo que le molestaba la “ñoñez”
de la parte final supo ver sus méritos y en la revista Arts, en 1956 dice que
la película es un ejemplo de un cine de búsqueda que realmente busca, de un
cine de hallazgos que halla. Una vez más, el clarividente Truffaut, uno de los
más pleclaros críticos que haya existido, da de lleno en el clavo, Laughton
innova, busca y halla y nos regala una obra maestra que vista hoy en día, 56 años
después, no ha perdido ni pizca de su atractivo y tiene el poder de seducción
intacto.
"La noche del cazador" es, seguramente, la
película que mejor define como arte al cine. Se ha escrito mucho sobre si el
cine es arte o industria u otra cosa, si alguien quiere confirmar que el cine
es un arte sólo tiene que coger un fotograma de esta película, cualquier
fotograma, y colgarlo como si fuese un cuadro, en la pared. Cualquiera de las
imágenes que os pongo vale.
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