“La mujer de negro” es una excelente película con un monumental error de casting.
La
productora Hammer, que realizó inolvidables películas de terror gótico entre
1955 y 1980, intenta recuperar el género y el estilo que la encumbró y la llevó a ser un referente del terror, sobre todo, gracias a
las películas que integraron las sagas de Frankenstein y Drácula, muchas de las
cuales dirigió Terence Fisher.
Ahora,
una renacida Hammer, vuelve a sus orígenes y, después de producir la versión
americana de “Déjame entrar”, aborda una temática clásica del género: el de la
casa encantada.
Hemos
visto tantas historias de casas encantadas que es muy difícil salir airoso de
un empeño de estas características pero hay que decir que "La mujer de negro" lo
consigue con sobresaliente y desde luego no es por casualidad. Nada en el cine
es por casualidad.
"La
mujer de negro" es una excelente película porque tiene excelentes bases: un
estupendo guión, un diseño de producción maravilloso que incluye unas
localizaciones extraordinarias, una puesta en escena consecuente con el género
y por fin un elenco de secundarios maravilloso capitaneados por un Ciarán Hinds
en estado de gracia.
Vayamos
por partes. La mujer de negro cuenta una historia mil veces vista: un joven y
viudo abogado de Londres viaja a una zona rural para tasar una casa que resulta
estar habitada por un espíritu que aterroriza a toda la región. Hasta aquí
ninguna novedad. Ahora bien, esta misma historia se puede contar de mil maneras
diferentes y el acierto del guión es contarla de la mejor forma posible.
Toda
la primera parte nos remite a las películas clásicas de la Hammer en que un
joven llega a un poblado en el que no es bien recibido, no encuentra
alojamiento en la posada, la gente lo mira con suspicacia y se palpa el miedo
de sus habitantes. Está claro que los aldeanos ocultan un espantoso secreto. Esto
ya lo hemos visto en Drácula. No sé si es un homenaje pero lo que sé es que
toda esta primera parte es una maravilla.
La
parte central del guión se desarrolla con dinamismo y sin recurrir a los efectismos,
lo cual se agradece. Y la película termina con un final perfectamente adecuado
y de gran potencia.
El
segundo acierto de la cinta es el diseño de producción, es decir, el aspecto,
la atmósfera. Estamos hablando de localizaciones, decorados, vestuario,
fotografía, etc. Lo primero que hay que destacar es que la acción se sitúa en
la época victoriana lo que le da ya un cierto tono, pero hay muchas más cosas.
Por
ejemplo; el camino por el que se llega a la casa es un camino estrecho que
parece estar en medio de la nada, un camino que parece que puede desaparecer en
cualquier momento por el agua que lame sus bordes. La casa es una auténtica
maravilla que, de hecho, se erige en la protagonista de toda la parte central
del film. No recuerdo, en el cine reciente, una casa encantada tan
extraordinariamente diseñada.
El
tercer acierto es la puesta en escena, es decir, cómo decide el director que se
verán las cosas que ocurren, en el rectángulo de la pantalla: encuadres,
duración de los planos, tipo de planos, duración de las escenas y de las
secuencias, cómo se situarán los personajes, que localización se utilizará e
incluso que tipo de banda sonora acompañará lo que estamos viendo.
Pues
bien, todo está como debe estar. Se ha rodado de forma que la cámara no sea la
protagonista en ningún momento. Los encuadres huyen de la pretensión de
originalidad que impregna el cine actual y las escenas se han rodado conservando la esencia del mejor cine clásico.
La
música no tiene un protagonismo desmesurado con subidas inesperadas para
asustar o ritmos inquietantes para desasosegar (bueno..., alguno si que hay).
En resumen, la sensación de
inquietud y el miedo que la película pretende producir en el espectador se
consigue con la perfecta conjunción de estos factores para conseguir la atmósfera
y el clima que tiene la película y no por medio de recursos fáciles, es decir: sustos
con movimiento desaforado de la cámara, primeros planos sin venir a cuento,
vísceras y sangre sin limitación y pepinazos de la banda sonora.
Y
para terminar, lo que creo que es un error de casting imperdonable desde el
punto de vista del espectador cinéfilo: el protagonista, Daniel Radcliffe, no
puede ser más inadecuado. Seguramente es un error consciente y asumido por la
productora ya que tiene la ventaja del tirón comercial de Daniel Radcliffe,
recién salido de la saga de Harry Potter.
No
tengo ningún tipo de prejuicio con Daniel Radcliffe ya que soy, seguramente,
una de las pocas personas que no ha visto ninguna de las películas de Harry
Potter. Debo confesar que intenté, en su momento, verlas pero a cierta edad, el
tiempo es demasiado valioso para perderlo y apenas pude resistir la primera
mitad de la primera de la saga.
A
pesar de las patillas y la barba de dos días que pretenden envejecer y darle un
aire trágico/romántico, el actor no cuadra, en absoluto, con el personaje y,
además, no se puede ser peor actor.
Algunas
estrellas de cine son excelentes actores, otras son excelentes actores y,
además, tienen “presencia cinematográfica”, es decir si aparecen en pantalla no
puedes dejar de mirarlos aunque su participación en la escena sea mínima, y por
fin hay estrellas que no son grandes actores pero tienen una presencia de una
potencia extraordinaria.
La
lista de nombres es interminable y su imagen en algunas escenas del cine se ha
convertido en un icono: Marilyn parada sobre la rejilla del metro, Robert
Mitchum convertido en ogro y siendo la pesadilla de dos niños huérfanos o John
Wayne parando una diligencia entre muchos otros.
Desde
luego no es el caso. No estamos ante un gran actor y tampoco ante un actor con
presencia. La prueba más sencilla de lo que digo es que, en las escenas en que
aparece, Ciarán Hinds (magnífico) se lo come sin esfuerzo. Al que miramos es a
Ciarán Hinds y no a Daniel Radcliffe.
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