“Los chicos están bien” es una comedia que podría firmarla el mejor Woody
Allen.
Alguna
vez he escrito que es más fácil hacer la crítica de una mala película que
hacerla de una buena. Eso se debe a que es muy difícil explicar porqué una
película es buena y otra es mala, o porqué una película funciona y otra no.
De
“Los chicos están bien”, podemos decir que tiene un estupendo guión, unos
diálogos maravillosos y unas interpretaciones inmejorables. Pero ni siquiera
todo esto explica la película.
Es
cierto que el guión es fenomenal; se desarrolla de la forma más ortodoxa
posible siguiendo los parámetros del cine más clásico con su trama principal,
sus subtramas, sus puntos de inflexión, etc., todo en su sitio y todo escrito
con la precisión de un reloj suizo.
También
es verdad que nunca Annette Bening y Julianne Moore estuvieron tan bien. Ambas
actrices interpretan a mujeres de mediana edad: la primera una científica
obsesa del control, la segunda tierna y creativa. Pero, además de las
interpretaciones de cada una de ellas lo que más llama la atención y aporta un
plus a la película es la química que hay entre las dos.
Lo
mismo ocurre con los dos adolescentes. Este cuarteto tiene química, sus escenas
compartidas son más que la suma de las interpretaciones de cada uno de ellos.
Es,
pues, una película de actores; cierto. Pero también es una película de guión y
de dirección. El trabajo de Lisa Cholodenko, guionista y directora del film se
podría adjetivar como inteligente, comedido y elegante que es lo que necesita
una comedia y si no sólo hay que revisar a los grandes de la comedia como
Cukor, La Cava o McCarey.
El
trabajo de los actores y de su directora consigue algo muy complicado de
conseguir, un clima de veracidad, de cercanía, una atmósfera entrañable donde
el espectador acaba enamorado de todos los personajes. Lo que pasa en la
pantalla es verdad, nos lo creemos, en ningún momento dudamos de nada, nos
tragamos los diálogos, los gestos, las actitudes, las risas, los llantos, todo.
Es más, todos los personajes nos caen bien, nos los llevaríamos a casa a todos.
Todo
esto es mucho más difícil cuando se trata de una comedia que, además, está
rodada como una comedia. Quiero decir con esto que cuando se rueda un drama y
se elige una puesta en escena realista incluida la fotografía, se rueda con
planos cortos, con tomas largas, en escenarios naturales sin apenas atrezo,
etc., la sensación de verdad es más fácil de conseguir, el ejemplo más claro
sería “Nader y Simin, una separación” ya comentada en otro post en este mismo
blog.
En
este caso, ni la puesta en escena ni la fotografía son realistas y por lo tanto
todo el mérito recae en unos actores en estado de gracia y dirigidos con mucho
cuidado para que no sobrepasen los límites, una tentación habitual cuando se
trata de una comedia.
Por
fin, tengo que mencionar una espectacular banda sonora que mezcla temas de
David Bowie, Joni Mitchell o Leon Russell con otros temas de grupos de rock
indie actuales. Y tengo que hacer una referencia particular al tema “Galatea’s
guitar”, de Gabor Szabo que suena en la parte final de la película, una
auténtica joya.
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