domingo, 15 de enero de 2012

El topo, (Tomas Alfredson, 2011)


“El topo” es la adaptación de una novela del mismo título, en castellano, de John le Carré. El título original del libro y de la película es “Tinker Tailor Soldier Spy”, bastante más atractivo y que se puede traducir como “Calderero Sastre Soldado Espía”.
John le Carré es un notable escritor de novelas de espionaje y en cinco de ellas el protagonista es George Smiley. “El topo” es la tercera de la serie.
La cinta se desarrolla en los primeros años de la década de los 70, en plena guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética. Los servicios de espionaje de Inglaterra están comprometidos por un topo infiltrado al más alto nivel y que trabaja para los soviéticos; George Smiley, ya jubilado, es el encargado de desenmascararlo.
En realidad, el verdadero tema de la película es la lealtad y por tanto también la traición. La lealtad y la traición no sólo a un país sino también entre personas.
En “El topo” no hay persecuciones en coche, ni peleas a puñetazo limpio, ni frenéticos tiroteos, ni espectaculares escenas de acción o paisajes exóticos, ni siquiera historias de amor. “El topo” es una película de conversaciones de Whisky y humo, de personajes complejos y oscuros, de mentiras y engaños.
La película está dirigida por Tomas Alfredson, el realizador sueco de la magnífica “Déjame entrar”.
Tomas Alfredson, junto a su director de fotografía, el sueco Hoyte van Hoytema (“Déjame entrar”, “The Fighter”) consigue crear un clima especial que encaja a la perfección con la historia como ya hiciera en “Déjame entrar” y desde luego consigue realizar una excelente e hipnótica película de espías. La película transmite a la perfección, el cansancio, la desesperanza de unos espías agotados por años de mentiras y dobles juegos, personajes que seguramente retratan a la perfección a los espías reales que trabajaron en los servicios secretos de los diferentes países durante los años de la guerra fría, entre el final de la Segunda Guerra Mundial y la caída del Muro de Berlín. 

La fotografía es una maravilla y únicamente canta un poco las escenas del coche tomadas desde la parte posterior con un croma al fondo que no sé si intencionadamente es dolorosamente obvio.
Gran parte del mérito de la película se sustenta en un elenco de actores impresionante. Gary Oldman, que no es santo de mi devoción, por una vez se olvida de tics y realiza un trabajo de contención de expresión desde la inexpresividad, de pequeños gestos, de miradas, de silencios que definen al personaje a la perfección. Junto a él, un reparto de secundarios de solvencia contrastada y que consiguen poner carne y hueso a unos personajes alejados de los estereotipos, tipos complejos con motivaciones complejas, y todo ello desde la contención. Los actores que encarnan a los secundarios son un auténtico lujo: Colin Firth, Ciarán Hinds, John Hurt, Mark Strong, Toby Jones, Benedict Cumberbatch, y todos los demás. Gran parte de la capacidad de la historia para convencer al espectador de que está asistiendo a un episodio real se la debemos a ellos.
La banda sonora es otra sorpresa. Está compuesta por Alberto Iglesias, compositor de cabecera de Pedro Almodóvar y que ya compuso la banda sonora de “El jardinero fiel”, adaptación de otra novela de John le Carré y que dirigió Fernando Meirelles. Alberto Iglesias realiza un gran trabajo con una banda sonora perfectamente integrada en la película y que potencia el tono de amargura y cansancio que emana toda la película. Las canciones que acompañan a la banda sonora están perfectamente elegidas y no desentonan, incluso la versión de “La mer”, en francés que canta Julio Iglesias al final de la película y que sirve de fondo del asesinato del topo a manos de su amigo traicionado, un disparo a larga distancia que parece más una bofetada que un ajuste de cuentas. Una vez más, la lealtad y la traición; la del topo hacia su íntimo amigo, la de la mujer de Smiley y su infidelidad y por supuesto la traición del topo a su país.
Desgraciadamente la película tiene un inconveniente y no es pequeño: el guión. Debo decir que no he sido capaz de seguir la trama con comodidad. Más allá de adivinar o no la identidad del topo, los hechos, las conversaciones, los flasbacks, el ir y venir de personajes y acciones han conseguido que me pierda. La consecuencia natural de no poder seguir los vericuetos de la historia, sus múltiples lecturas, es que acaba uno no disfrutando de todos los demás elementos de la película que son notables. El libro de John le Carré es complejo, es cierto, pero es un libro y los guionistas han olvidado que la adaptación del libro en película exige dolorosas renuncias, no cabe todo so pena de crear confusión en el espectador al que se obliga a un hercúleo esfuerzo para seguir la historia y acabar perdido al poco tiempo.
Viendo la película recordé la primera visión de “El sueño eterno”, una obra maestra de Howard Hawks y un clásico del cine negro de 1946 en la que el detective Philip Marlowe, interpretado maravillosamente por Humphrey Bogart debe desentrañar una trama que se ramifica en múltiples subtramas hasta convertirse en una auténtica maraña. Hasta tal punto el guión era confuso que en un momento Humphrey Bogart le preguntó a Howard Hawks quién había matado a uno de los personajes, Hawks no lo sabía y decidieron llamar a Raymond Chandler, autor de la novela, que ¡tampoco lo sabía! La segunda vez que pude ver “El sueño eterno” me olvidé de la trama y disfruté de ella como la obra maestra que es. Ésta es mi recomendación: si os perdéis, olvidaros de la trama y disfrutar de lo que aparece en pantalla.

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