“Loreak”, (Flores), ha sido la gran sorpresa cinematográfica de
2014. Segundo largometraje codirigido por José Mari Goenaga y Jon Garaño, se
trata de una película de bajo presupuesto con un reparto prácticamente
desconocido, fuera del País Vasco, y rodada íntegramente en euskera que fue nominada
en el apartado de mejor película, en la última edición de los Premios Goya,
junto a “La isla mínima”, “El niño”, “Magical Girl” y “Relatos Salvajes”.
Se ha definido por parte de la crítica, incluso de la más
favorable, como una “pequeña película”, “una peliculita” o incluso una
“miniatura”.
¿Cómo se mide la grandeza de una película? ¿Por su presupuesto?
¿Por su tema? ¿Por la trama? ¿Por su equipo técnico, su director, su
producción, su reparto?
Una película es una expresión artística y por tanto debemos
juzgarla por sus valores artísticos, lo mismo que hacemos con una pintura, una
escultura o una pieza musical.
“Loreak” es una gran película, una de las mejores de la
historia del cine español.
La cinta trata sobre el dolor que produce la pérdida, sobre
su recuerdo y sobre su olvido. Sobre el miedo a olvidar, sobre la necesidad de
recordar manteniendo la herida abierta y también, sobre la necesidad de olvidar
y nuestra impotencia para conseguirlo. Trata sobre nuestra incapacidad para
comunicarnos con los seres queridos y sobre la soledad.
J. Mª. Goenaga y J. Garaño: “… nos valemos de tres personajes principales: una mujer que quiere
olvidar a su marido fallecido; una madre que lucha por recordar a su hijo; y
una mujer que a pesar de llorar la muerte de alguien, no tiene apenas qué
recordar ni qué olvidar, por lo que necesita crear unos recuerdos desde cero,
para dar sentido a su vida”.
Una de las virtudes de esta hermosísima película es la
armonía entre lo que cuenta y cómo lo cuenta. Estamos ante un melodrama con
elementos de thriller y un tratamiento cinematográfico más cercano al thriller
que al melodrama.
Sus directores han contado con un reparto prodigioso. Destaca
la fragilidad y ternura de Nagore Aranburu, la solidez de Itziar Aizpuru y la
amplitud de registro de Itziar Ituño, las tres magníficas, con una asombrosa
capacidad para transmitir emociones a través de actuaciones contenidas y con
una cercanía como no había visto desde “Nader y Simin, una separación”.
La banda sonora compuesta por el músico francés Pascal
Gaigne fue nominada para los Goya y es una auténtica maravilla. Acompaña las
emociones de las protagonistas siempre en el tono de contención, elegancia y
sensibilidad que impregna toda la película.
La fotografía de Javi Aguirre Erauso contribuye a crear un
clima cercano al thriller. Se ha optado por una gama de colores apagados,
monocromos únicamente rotos por la explosión de colorido de los ramos de
flores.
Además de lo ya comentado, “Loreak” es una obra maestra que
destaca por su extraordinaria esencia cinematográfica. Todo en ella es cine; la
presencia de sus actrices, la atmósfera generada por la fotografía, la
emocionante banda sonora, la elegante estructura narrativa, el delicado montaje
y sobre todo los planos. La manera de encuadrar y mantener cada plano tiene una
intención mucho más allá de su función estética. Estamos en territorio de
Godard cuando decía que un travelling era una cuestión moral.
Tomemos algunos planos para explicarlo: empecemos por dos
de Ane; el plano en la consulta del médico y el que está de espaldas cuando, en
su casa, se asoma a la mirilla de la puerta. En el primero de ellos vemos a Ane
en la mitad del cuadro, vestida en tonos oscuros, con un gran espacio de tonos
blancos a los dos lados. Su cabeza apenas llega a la mitad de la altura del
encuadre dejando una gran cantidad de vacío por encima de ella. Ane es una
mujer delicada, frágil, quebradiza, desamparada, solitaria; todo eso nos lo dice
la composición, no hace falta más. Lo mismo ocurre en el segundo plano que
hemos mencionado, Ane tiene que ponerse de puntillas para llegar a la mirilla.
La puerta parece desmesuradamente grande para ella como perteneciente a un
mundo habitado por gigantes. El espectador, irremediablemente, experimenta un
sentimiento de ternura hacia esta mujer de gesto triste, menuda figura y pocas
palabras. Con dos planos, los directores han conseguido situar emocionalmente
al espectador respecto a la protagonista. No hace falta más.
Lourdes y Ane trabajan en dos cubos, prisioneras enjauladas
entre paredes que las aíslan, trabajan solas, están solas. Lo mismo ocurre con
Beñat en la cabina de la grúa. Vemos a Ane y su marido, sentados enfrente uno
del otro y encuadrados desde el exterior, a través de una ventana cuyas líneas
verticales separan a los dos personajes. No es la única vez que se elige esta
composición, la vemos en la oficina de la obra con Ane y su jefe separados, de
la misma forma, por la línea vertical de la ventana. No se puede representar
mejor la incomunicación de las protagonistas. Los planos del peaje de la
autopista o la oficina de la obra nos hablan de soledad y de incomunicación, de
personas que no saben comunicarse con sus seres queridos o que han perdido esa
capacidad. Únicamente a través de las flores podrán expresar sus sentimientos y
entablar una relación.
Para finalizar, un plano de Lourdes. Tras el accidente, la
vemos sentada, en penumbra, en la esquina del cuadro y una franja de luz solar,
que se filtra por la ventana, atraviesa su cuerpo de arriba abajo como si
estuviera “partida en dos”.
De la misma manera podríamos analizar cada uno de los
planos que componen la película. Todos están pensados y planificados antes de
empezar a rodar.
Los directores han dicho, en alguna entrevista, que
acostumbran a realizar un story-board con fotografías; algunas las hacen ellos
mismos, otras son fotogramas de películas, pinturas, etc.
Todos los sentimientos que hemos mencionado, todas las
acciones de los personajes, la incomunicación, la soledad…, todo está
vertebrado por la aparición de las flores; flores en una curva de la carretera,
flores en una tumba, flores para olvidar, flores para recordar, flores para
llorar, flores para amar, flores para decir, flores…
PD: Quizás sea el momento de recuperar el primer
largometraje de estos dos directores: “En 80 días” (“80 egunean”, 2010). Una
película que ha pasado desapercibida pero que es una auténtica joya. Muy
recomendable.
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