Una comedia de otro tiempo
Peter Bogdanovich, el realizador de “Lío en Broadway”, ha
tenido, hasta el momento, una carrera un tanto irregular. Al lado de buenas
películas como: “La última película” (1971), “Qué me pasa doctor? (1972) o ¿Qué
ruina de función? (1992), ha dirigido otras mucho menos interesantes.
Excelente guionista, historiador, actor, crítico de cine y
cinéfilo de pro, ha escrito excelentes monografías sobre John Ford, Fritz Lang y Welles,
además de dos volúmenes que, con el título de “El director es la estrella”, recogen
una serie de entrevistas con los realizadores más importantes del Hollywood
clásico, un libro imprescindible para cualquier amante del cine.
Bogdanovich llevaba veinte años sin estrenar una película
en España, en las últimas décadas ha dirigido poco cine…, algo para televisión, breves apariciones como actor en algunas series y poco más.
Ahora nos presenta una comedia clásica, una mezcla de
vodevil teatral y comedia loca (screwball comedy). Puertas que se abren y se
cierran, un elenco amplio de personajes que entran y salen por esas puertas, se
esconden, aparecen, y vuelven a desaparecer. La película tiene un considerable número de gags al estilo del Hollywood clásico de las décadas de los años 30, 40 y 50. La cinta está plagada de referencias y homenajes empezando con la frase que se presenta como leitmotiv que está sacada de una película de
Lubitsch.
Los actores y actrices están, todos, enormes, pero hay que destacar a Imogen Potts y a Jennifer Aniston. Esta última nos regala la mejor interpretación de toda su carrera.
El guion es estupendo y el ritmo que el director imprime a la película es el que necesita, diálogos rápidos, réplicas ingeniosas y una sucesión de situaciones con equívocos, sobreentendidos y segundas lecturas que consiguen que la película nos genere un estado de ánimo predispuesto a gozar de lo que vemos en pantalla, algo que se echa en falta en la mayor parte del cine actual, donde prima la sangre, el sobresalto y la espectacularidad de las secuencias de acción y de los efectos especiales. Esta película es una comedia que, además de ser completamente distinta a la mayor parte del cine que se hace ahora es, también, completamente distinta a la mayor parte de las comedias que se hacen ahora, y se agradece.
El guion es estupendo y el ritmo que el director imprime a la película es el que necesita, diálogos rápidos, réplicas ingeniosas y una sucesión de situaciones con equívocos, sobreentendidos y segundas lecturas que consiguen que la película nos genere un estado de ánimo predispuesto a gozar de lo que vemos en pantalla, algo que se echa en falta en la mayor parte del cine actual, donde prima la sangre, el sobresalto y la espectacularidad de las secuencias de acción y de los efectos especiales. Esta película es una comedia que, además de ser completamente distinta a la mayor parte del cine que se hace ahora es, también, completamente distinta a la mayor parte de las comedias que se hacen ahora, y se agradece.
La comedia es, sin duda, el género cinematográfico más
complicado de hacer bien. Todo debe funcionar a la perfección, el guion, por
supuesto, los personajes y los actores que los interpretan deben estar a gran
altura y el ritmo se debe ajustar con mucho cuidado. Bogdanovich firma una
excelente película, de una sencillez magistral, con planos fijos, trípode y movimientos de la cámara ligeros y elegantes, con diálogos rápidos y un ritmo
endiablado que es el que necesita este tipo de comedia.
Como era de esperar, la película ha sido masacrada por la crítica e
ignorada por el público. A mí me parece una maravilla y no creo que los
críticos hayan sido justos al utilizar adjetivos como desfasada, caduca,
congelada, o anacrónica. Tampoco es justo que el público no le haya dado una
oportunidad, un público que, como ya he citado alguna vez, “prefiere ser asaltado y no seducido”, (Roger Ebert).
Bogdanovich, en una entrevista reciente, decía que la
mayoría de la gente que va al cine, no ha visto nada anterior a “La guerra de
las Galaxias”, (1977). Seguramente tiene razón.
En algún momento, allá por los años 70, empezó a caer en el
olvido el patrimonio cinematográfico clásico. Hasta entonces los nuevos
movimientos, las nuevas técnicas audiovisuales, incluso los conceptos más
rompedores, eran asimilados sin menoscabo de todo lo anterior. Uno podía estar
entusiasmado con la Nouvelle Vague pero defender a muerte a John Ford, Nicholas
Ray, Howard Hawks, Ophüls, Dreyer, Preminger, Hitchcock, Ozu, Kurosawa, Delmer
Daves…, y tantos otros. Esto ya no ocurre. Hoy en día, incluso entre aquéllos que
estudian cine, o colaboran en páginas y blogs en los que se escribe de
películas y se ejerce la crítica, existe un desconocimiento absoluto del cine
anterior a los años 70. Esto es una auténtica desgracia y no ocurre en ninguna
otra disciplina artística.
Así pues, nuestro buen amigo Bogdanovich estaba condenado
al fracaso al concebir una comedia clásica..., una comedia de otro tiempo.
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